XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mt 16,13-20: Te daré las llaves del reino. ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

Is 22,19-23: Aquel día llamaré a mi siervo
Salmo 137: Señor, tu misericordia es eterna.
Rm 11,33-36: El es el origen y meta
Mt 16,13-20: Te daré las llaves del reino

¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

Los cristianos damos por supuesto, por hecho muchas cosas, entre otras que estamos en la religión verdadera y que si nos mantenemos fieles heredaremos la salvación. Damos por supuesto que estamos en Cristo y que conocemos a Cristo. Sin embargo Jesús nos hace hoy una pregunta muy comprometida, la misma que hizo a los discípulos que estaban con él y le acompañaban. La pregunta es doble, la primera: «¿Quién dicen los hombresque es el Hijo del hombre?», y la segunda, «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Cierto Cristo marca una diferencia o distancia entre los que le siguen de cerca, los discípulos y los que le rechazan, fariseos, saduceos, escribas, sacerdotes…

El pasaje anterior a este evangelio que leemos en el domingo XXI del tiempo ordinario, les acaba de decir que se guarden de la levadura de los fariseos y saduceos, que hay formas de religiosidad hipócritas que llevan a la perdición, y por tanto, que respondan bien al compromiso que han adquirido al seguirle. De ahí la pregunta, quién dice la gente y quién decir vosotros que soy yo. En un primer momento parece que saben responder. La gente confunde a Jesús con Elías, Jeremías o uno de los profetas, sin embargo ellos, por boca de Pedro, dicen: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» El Cristo quiere decir el Ungido por Dios para realizar su plan de salvación, el Enviado, el Mesías, el esperado en Israel desde tiempo inmemorial.

No obstante esta respuesta acertada, Jesús detecta en Pedro y los demás discípulos una intención poco de fiar, muy enraizada en las expectativas mesiánicas de los fariseos. Jesús desconfía de la confesión de Pedro, porque cuando les anuncia «que él -el Mesías- debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día», Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!». ¿Cómo iba a ser perseguido y muerto el enviado de Dios? Pedro rechaza el plan de Dios, no acepta a un Jesús muerto y resucitado. Dios no puede permitir que su enviado sea objeto de escarnio y de muerte, y menos por parte de las autoridades religiosas. El plan de Dios no coincide con el plan de los hombres; la gente y los discípulos, aunque unos digan que es un profeta y los discípulos que es el Mesías, están diciendo lo mismo.

Esta es la tarea de Jesús, educar a los que le siguen en el verdadero seguimiento. El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir; el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser perseguido y rechazado por los sumos sacerdotes; el Hijo del hombre será levantado sobre un madero, escupido e insultado, muerto por los hombres, pero al fin resucitado por Dios. ¡Qué misterio de religión verdadera y de seguimiento es el que propone Jesús! No lo entenderemos nosotros, como no lo entendía Pedro ni los demás discípulos. El Hijo del hombre, antes de convertirse en el Señor resucitado, en el Cristo salvador de la humanidad, tiene que pasar por la cruz.

Nos resistimos, como Pedro, a que el Hijo del hombre tenga que pasar por el rechazo de los hombres. ¿Por qué? ¿Por qué es necesaria la cruz para ser Hijo de Dios? Esta es la revelación del verdadero enviado, del verdadero Mesías: ser hombre de verdad supone coherencia y fidelidad a Dios, no a los planes de los hombres. Los planes de los hombres rechazan todo lo que sea humillación y servicio, todo lo que sea sufrimiento y vaciamiento de uno mismo por los demás. Por eso, cuando Pedro dice a Jesús: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!», Jesús le dice con una respuesta más que reprensiva: «¡Quítate de mi vista, Satanás!Jesús llama a Pedro “Satanás”, porque no acepta el plan de Dios, que el servicio es amor y por tanto incluye sacrificio, que el servicio es cruz.

Pero hay un resquicio de verdad en el seguimiento de Pedro, y es que cuando Pedro, a diferencia de la gente, confiesa que Jesús es el «el Cristo, el Hijo de Dios vivo», obtiene el beneplácito del Señor: «Bienaventurado eres Simón, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo quedesates en la tierra quedará desatado en los cielos.»

Ahora la pregunta del comienzo: ¿Tú quien dices que soy yo? Si el Cristo, el Mesías, el salvador, a quien quieres seguir lleva cruz ese es Jesús, el Hijo de Dios; y tú habrás comenzado a descubrir y a vivir el gozo de la Vida de Dios en ti. Un hombre sin cruz, en este mundo de tanto dolor, causado por la injusticia y el pecado, no es hombre real, es un fugado de la vida. El cristiano sabe que ha pasado de la muerte a la vida porque ama a sus hermanos, y el amor tiene sus raíces en la cruz.

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