XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mt 18,15-20: Si tu hermano peca, repréndelo. Si tu hermano peca, repréndelo

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

Ez 33,7-9: Te he puesto como centinela
Salmo 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor
Rm 13,8-10: El amor es la plenitud de la ley
Mt 18,15-20: Si tu hermano peca, repréndelo

Si tu hermano peca, repréndelo

En el evangelio de este domingo Jesús nos ofrece una serie de recomendaciones aparentemente un tanto dispares. Por una parte habla de las represiones al hermano cuanto éste hace cosas que no están bien, primero en particular, y si no hace caso trayendo algún testigo, y si todavía se resiste llevar el tema a la comunidad. Ya, agotadas todas las posibilidades fraternas y humanas, cuando de ninguna manera hace caso, entonces habrá que dejarlo por imposible, y no sólo eso, dice Jesús, sino considerarlo como un gentil o un publicano.

Es el recorrido que hemos de hacer cuando un hermano nuestro se resiste a tener un comportamiento digno. Pero hemos de fijarnos en que Jesús nunca habla de acusarlo, condenarlo, vituperarlo o cosas parecidas que hacemos nosotros cuando alguien no nos cae bien o son del bando contrario o del partido político que no defiende los valores de humanidad.

Hay un mensaje de serenidad y humildad, en estos consejos de Jesús, al que no estamos muy acostumbrados los cristianos de hoy. En seguida hacemos enemigos al que no piensa como nosotros, parece que queremos la guerra antes que la reconciliación. En cambio, la fraternidad que Jesús enseña a sus seguidores es la forma básica y fundamental para sostener a la comunidad, a la Iglesia, en los momentos de crisis internas. El evangelista san Mateo ya comprobó entre los primeros cristianos lo difícil que era el tema de la unidad. Eran pocos, y ya existían esas desavenencias a las que estamos hoy tan acostumbrados. Formamos parte de la misma comunidad de creyentes, tenemos un ideal común, y sin embargo ponemos los intereses privados individuales a los intereses del grupo.

En la vida social y política nos inventamos leyes para regular las relaciones interpersonales, pero ni siquiera las leyes sirven para conseguir una buena convivencia. ¿Dónde estará el secreto para conseguir que el bien común supere las luchas y disputas de los intereses particulares? Demasiados siglos de cultura cívica y parece que no atinamos con la fórmula.

Las diferencias son fruto de la diversidad, y donde hay diversidad hay conflicto. Tal vez la solución no consista en anular las diferencias, sino en integrarlas, porque lo que el otro tiene es lo que a mí me falta para ser yo mismo, pero el modo no es robárselo para quedarme con ello. La fórmula que Jesús propone es la del diálogo, incluso en el peor de los casos, cuando el otro sea un desalmado.Corrígele fraternalmente, si acepta la corrección has salvado a tu hermano, y si no la acepta invita otros para que te ayuden, no sea que el equivocado seas tú.

Ezequiel es un profeta y en cuanto tal tiene la misión de abrir los ojos; es el vigilante, el centinela pendiente de los peligros que acechan al pueblo, y por amor al pueblo ofrece ese servicio de prevención. Y Pablo, en la carta a los Romanos, invita a los creyentes a responder a los desafíos del momento histórico, pero esto solo se puede hacer con amor. El amor es la única forma de superar la fuerza de la ley. Quien ama auténticamente no quiere hacerle daño a nadie. Por el contrario, siempre buscará la forma de ayudarle a crecer como persona y como creyente. La conversión, la metanoia, es cambio rotundo de mente y corazón. Quién se convierte asume el amor como única “norma” de vida y la traduce después en actitudes y compromisos muy concretos: servicio, respeto, perdón, reconciliación, tolerancia, comprensión, y solidaridad fraterna.

Así es como ha de entenderse ese final del evangelio de San Mateo, cuando habla del poder de atar y desatar en la tierra y en el cielo: “Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”. Y no sólo eso, sino que a la hora de obtener bendiciones de Dios, éstas sólo pueden provenir de la reconciliación entre los humanos. Es la llegada del Reino a la tierra. Acaba así el evangelio de este domingo: “Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Habíamos comenzado este comentario diciendo que la propuesta de Jesús aparecía como dispar y dispersa: corregir en privado, corregir en comunidad, y considerar gentil a quien no quiere corregirse. Lo disperso se unifica cuando renunciamos a nuestros caprichos a favor de la fraternidad. Conseguir la fraternidad, hacerse hermano del otro, pasa por la renuncia a mis intereses particulares a favor del bien común, y pasa también por la denuncia los intereses que el otro quiere imponer a la comunidad. Alagar al otro, consentir sus vicios, no puede ser un recurso para defender los míos. Denunciar el mal en el otro y en mí es el primer paso para construir la unidad. No tapes la herida que supura, ni ocultes el mal que corrompe nuestras vidas. Si tu hermano peca, repréndelo.