XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mt 22, 34-40: El mandamiento principal. El mandamiento principal

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Ex 22, 20-26: Prohibición de la usura
Salmo: 17, 3bc-4.47: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
1Tes 1, 5c-10: Servir al Dios vivo
Mt 22, 34-40: El mandamiento principal

El mandamiento principal

Los mandamientos de la Ley de Dios, aprendidos de memoria en la infancia, en la catequesis, tal vez no se nos hayan olvidado, y los repetiríamos al pie de la letra, pero ¿no es verdad que parece que eso de los mandamientos ya no se lleva? Sabemos que están ahí, que son válidos, pero hemos madurado, y hoy la religión no es tanto de mandamientos cuanto de actitudes. Tal vez sea así, pero eso no quita para que nos dejemos interpelar por Jesús, y nos hagamos la misma pregunta que le hacían los de su tiempo. ¿Cuál es el mandamiento principal?

Jesús proclamaba que el sábado es para el hombre, y no el hombre para el sábado. Sus discípulos comían espigas en sábado, y él mismo curaba en sábado, día sagrado, en que no se podía trabajar. Los piadosos de su tiempo, los fariseos, estaban alarmados por este comportamiento rebelde de Jesús. Y cuando los juristas preguntan a Jesús sobre cuál creía que era la ley más importante de los cientos de leyes que tenían, buscaban pillarle también en sus alocadas doctrinas. Esperaban que Jesús cometiera un error.

Pretendían poner de manifiesto que Jesús ni conocía, ni cumplía la ley de Moisés, por eso no es digno de crédito y, por tanto, es una persona a perseguir. La cuestión que le plantean es verdaderamente complicada desde la posición tradicional de la religión de Israel. Pero Jesús da la vuelta a su planteamiento y les hace ver que al principio, en la Ley de Moisés, lo más importante era el amor liberador que Dios había tenido con su pueblo. El amor es el espíritu mismo de la legislación divina.

Los juristas también se remontan a la Ley de Moisés, pero se pierden en los mil vericuetos de la legislación que han heredado a lo largo de los siglos. Jesús hace lo mismo, apela a Moisés, pero para poner de relieve aquella experiencia primera de la Alianza, origen de todas las leyes: Dios ama a su pueblo, lo saca de la esclavitud de Egipto, y quiere que ese pueblo reproduzca en su vida social ese mismo amor.

Este es el relato de la Primera Lectura, tomada del Libro de Éxodo: “No molestes ni oprimas al emigrante, porque también vosotros fuisteis emigrantes en Egipto. No maltrates a la viuda y al huérfano, porque yo escucho su clamor. Si prestas dinero a un pobre vecino tuyo, no te portes con él como un usurero; si tu prójimo te prestaalgo, no te quedes con ello, devuélveselo”.

El amor a Dios se traduce como amor al prójimo. Estos dos mandamientos no se pueden disociar. Y al colocarlos como el eje de toda la Escritura, Jesús pone en primer lugar la actitud filial con respecto a Dios y la solidaridad interhumana como los fundamentos de toda la vida religiosa.

El «código de la alianza» hacía énfasis, no sólo en las rúbricas litúrgicas o en las orientaciones religiosas, sino en la protección de los más vulnerables de la sociedad: forasteros, viudas, huérfanos, jornaleros y pobres en general.

Vivimos también en un mundo que tiene muchísimos más millones de pobres oprimidos bajo la usura internacional, que los pobres oprimidos por los que clamaron los profetas; emigrantes a merced de las mafias que les embaucan, los niños en manos de una televisión que embelesa con promesas de felicidad fácil; mujeres maltratadas, ancianos alejados de casa, niños para el negocio y para la guerra…

¿Cómo encauzar nuestro comportamiento cristiano en un mundo difícil, como el nuestro? De nuevo volvemos al Evangelio. Mateo recuerda a los miembros de su comunidad, a los primeros cristianos que vivían esa misma situación de controversia con los judíos, que la ética cristiana no está basada en una complicada lista de preceptos, sino en amar a Dios y a los hermanos sin separar ambos amores.

La urgencia de este Evangelio se nos presenta hoy como una salida al momento de confusión entre ideas tan dispares que tenemos. Hoy, como entonces, lo importante no es saber cuál es el mandamiento más importante, sino buscar el origen de todos ellos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primer mandamiento y el más importante. El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se basa toda la ley y los profetas”.

¿Seremos capaces nosotros de superar el corto alcance de nuestra mirada, y manifestar así que, por encima de cualquier cultura, ley o interés particular, está el prójimo, presencia de Dios en esta tierra?

Llama la atención la alabanza que hace San Pablo, a los cristianos de Tesalónica: “Habéis llegado a ser modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Habéis hecho resonar la palabra del Señor; por todas partes se ha extendido la fama de vuestra fe”. La fe, la esperanza el amor, constituyen lo específico cristiano.