XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mt 25, 1-13: Que llega el esposo, salid a recibirlo. Las vírgenes necias y las prudentes

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Sab. 6, 12-16 Encuentran sabiduría los que la buscan
Salmo 62 Mi alma está sedienta de ti, Señor
1Tes 4, 13-18 A los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él
Mt 25, 1-13 Que llega el esposo, salid a recibirlo

Las vírgenes necias y las prudentes

Una de las experiencias vitales más profundas que tiene el ser humano es el de las despedidas. En esta vida todo llega a su fin, todo se acaba. Este tema es el que nos propone la Liturgia de la Iglesia en estas semanas finales de Tiempo Ordinario.

Al acabar la obra encomendada, a las personas nos gusta mirarla y ver que tal nos ha quedado, si la podríamos haber hecho un poco mejor, aquel retoque que le falta… La obra, en este caso, no es una pieza de orfebrería, ni un palacio con jardines y piscina, o cualquiera de las joyas que salen de nuestras manos, sino la obra de nuestra propia existencia. Es como si pudiera poner en mis manos y contemplar toda mi vida.

Y la propuesta se nos hace en la forma oriental tan expresiva, como es el de un cuento, de una parábola, la parábola de las 10 vírgenes. Y el momento tenso de la narración se formula como la espera, la espera de ese momento final, atractivo, gozoso, de diez jóvenes muchachas ante el novio que va a aparecer de un momento a otro.Y la pregunta de cada una de las vírgenes, seria le siguiente: ¿Seré yo digna del amor del novio? El final puede ser caótico o maravilloso, según que el novio las acepte o no.

Cuando salga el novio, ¿te encontrará digno o digna? Porque el abrazo de amor será tan inmenso que colmará toda expectativa. Ahora bien, esa dignidad, no depende del novio, sino de quien se prepara para la boda. Se trata de la mayor sabiduría a que puede aspirar un ser humano: el amor como fruto de una existencia, porque, queridos amigos, a esto estamos llamados los cristianos.

La prueba que nos separa del Novio es nuestra sabiduría, no los varios saberes en que nos entrenemos aquí en esta tierra, sino el saber de la sabiduría.

De esto trata la primera lectura, en el Libro de la Sabiduría. No es un juego de palabras, porque los saberes pueden ser muchos y variados, desde la medicina a la gramática y desde la astronomía a la política; sin embargo, ninguna de estas ciencias es comparable al saber del alma y el gozar del espíritu. El mas ignorante de los mortales puede tener acceso a este secreto saber.

Así lo formula San Juan de la Cruz, en sus coplas:

Entreme donde no supe
y quedéme no sabiendo
toda ciencia trascendiendo.

Este saber no sabiendo
es de tan alto poder

que los sabios arguyendo
jamás le pueden vencer
que no llega su saber
a no entender entendiendo
toda ciencia trascendiendo.

La Sabiduría sale al encuentro de quienes la buscan, y a quienes la aman, ella misma se muestra. La sabiduría es la manera en que Dios se manifiesta a quienes realmente le buscan. La única condición para que este encuentro se llegue a dar, es estar abierto a ella, y buscarla, como se busca a Dios. Es importante caer en la cuenta de que la Sabiduría viene presentada en este libro del Antiguo Testamento como una persona, no en abstracto.

San Pablo, a los Tesalonicenses, les dice que en el bautismo, expresión de conversión, nos sumergimos en la muerte del Señor para resucitar con él; así mismo quienes murieron con Cristo resucitan con él porque han participado del camino, del seguimiento, y la alegría por haber esperado en la Utopía de Dios, que llamamos Reino.

Y ya, viniendo a la parábola de Jesús, las vírgenes prudentes son las que tenían aceite suficiente para sus lámparas, pusieron los medios en la larga espera de la vida y no dejaron que en ningún momento se les apagara la lámpara de la fe, porque cualquier momento puede ser el último. Las necias, en cambio, olvidaron este detalle; tenían vitalidad, pero era una vitalidad efímera, no duraba mucho, y cuando se dieron cuenta estaban vacías; vacías de ese poso que da la espera del amado.

La vida es un camino, iluminado con ese saber del amor, que llena de alegría y hace gozosa la espera. Quienes nos vean así, contentos y confiados en que el Novio vendrá, podrán decir: ese tiene la lámpara llena, ese o esa saben, están iluminados con la luz de la verdadera sabiduría. Y los que viven a nuestro alrededor quedaran también iluminados.

Que no nos falte ese aceite en nuestras lámparas.