I Domingo de Adviento, Ciclo B
Mc 13, 33-37: ¡Estad vigilantes!. ¡Estad despiertos, vigilantes!

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Is 63, 16-17.19b; 64, 2b-7: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!
Sal 79, 2ac-3b. 15-19: ¡Oh, Dios, restáuranos!
1Cor 1, 3-9: Participar en la vida del Hijo
Mc 13, 33-37: ¡Estad vigilantes!

¡Estad despiertos, vigilantes!

Si nos miramos dentro, donde se cuecen los deseos y las aspiraciones mas profundas, todos soñamos con el mundo feliz. Deseamos, aspiramos, esperamos… ¿Pero cuál es el objeto de nuestra esperanza? Porque lo esperado nos define. Detrás de un sueño noble, hay una persona noble; detrás de un sueño rastrero, poca cosa.

El profeta Isaías debía ser un gran hombre, porque nos ha dejado dicho cual era su sueño: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases! Clama, para que baje Dios a poner un poco de de fe y esperanza en nuestra tierra. Y clama porque el pueblo de Israel se ha dormido en los laureles, tras la vuelta del exilio. Las ilusiones de volver a la tierra, los deseos de reinstaurar un mundo justo y fraterno, el fervor de una religiosidad sincera, se habían apagado. ¿Imagen de nuestra realidad actual?

He aquí que comenzamos el Adviento: el tiempo de la espera y de la renovación de nuestros ideales. Es el tiempo de la celebración de la esperanza cristiana y preparación a la Navidad. Lo esperado por Isaías, que Dios rasgue el techo del cielo y baje a la tierra es Navidad. Adviento significa esperar el advenimiento, la llegada de Dios a nuestra tierra

Pero ¿sabemos de los peligros que acechan nuestra esperanza? Desde Isaías lo sabemos. Y más en un mundo como el nuestro, donde las ofertas dormideras nos envuelven en papel de celofán. ¿Qué puede significar «Adviento» en nuestra época, cuando parece que tenemos satisfechas todas las necesidades?

Frente a las mil preocupaciones superfluas, que muchas veces son el centro de nuestra vida, Jesús nos invita a estar atentos: “Mirad, les dice a sus discípulos, que no sabéis cuándo es el momento…”. Y les cuenta la parábola de los criados que esperan la llegada del dueño de la casa. Esa es nuestra tarea, esperar la llegada del Señor vigilantes, despiertos, no sea que lo superfluo mustie nuestra esperanza.

Tanto las palabras de Isaías como las de Jesús, palabras proféticas, se hacen presentes en el momento mas oportuno. Parece como si los cristianos de hoy estuviéramos hibernando, viviendo de unas rentas que se agotan. Nos dejamos atrapar por confusas redes de promesas decadentes. Nos afecta y nos encorseta una civilización de superficie, y lo nuestro, el patrimonio de fe y de esperanza que hemos heredado de nuestros padres, se diluye en progresía banal. ¡Estad vigilantes!

¡Estad despiertos!, porque se nos ha impuesto una cultura del presente que no va más allá del consumo y del usar y tirar. Los productos del entretenimiento han vaciado al ser humano de toda esperanza. Los valores duran en nuestras manos lo mismo que los juguetes en las manos de un niño. ¿Qué acontecimiento puede esperar el hombre y la mujer contemporáneos que les llene? ¿Cómo vivir esa espera en una época en que ya no esperamos nada?

La reunión de los creyentes, en torno a la celebración dominical, es el momento para renovar la esperanza, y no desesperar. San Pablo escribe a los primeros cristianos de Corinto: doy gracias por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. Habéis sido enriquecidos en todo, no carecéis de ningún don… El os mantendrá firmes.

Qué maravilla poder escuchar y celebrar juntos esta realidad cristiana. En Jesucristo, por su vida, por su muerte y resurrección ya poseemos la plenitud de la vida en Dios, y nos emplaza a realizar esa vida, mientras caminamos, esperando su venida definitiva.

Somos lámparas encendidas en la oscuridad que nos rodea, pequeñas lucecitas que pueden orientar a nuestros hermanos. Si estamos convencidos de esto, a buen seguro que las luces de Navidad tienen sentido. No desesperéis, porque es la única esperanza que le queda a este mundo atormentado.

El año litúrgico que comienza mañana, Primer domingo de Adviento, es el recuerdo y la celebración de Aquel que ha llevado la humanidad a su única y verdadera plenitud. A Jesús no le importó nacer pobre y pequeño: se fiaba de su madre. A María no le importó la tarea que Dios la encarga, se fiaba de Dios. A Jesús no le dio miedo anunciar el Reino, la utopía del amor y de la fraternidad, era voluntad de Dios. Y Dios llevará a cabo su obra. Estemos despiertos y vigilantes como los pastores en Belén, tal vez detrás de un niño en pañales se esconda Dios.