II Domingo de Adviento, Ciclo B
Mc 1, 1-8: El ministerio de Juan el Bautista. Como palabras en el desierto

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Is 40, 1-5.9-11: Preparad el camino del Señor
Sal 84, 9-14: Muéstranos, Señor, tu misericordia
2Ped 3, 8-14: Un cielo nuevo y una tierra nueva
Mc 1, 1-8: El ministerio de Juan el Bautista

Como palabras en el desierto

Tierra entera, gentes, pueblos, culturas: ¡Preparad un camino al Señor! Las palabras de Isaías quieren llegar a los confines del Universo. Pero estas palabras de los profetas del Antiguo Testamento y del Nuevo, parecen predicadas en el desierto. Así tuvo que hacerlo Juan Bautista, ¡Preparadle un camino al Señor, que llega! Palabras llenas de ilusión y de esperanza, pero que el mundo no quiere oír.

Le costó a Isaías animar al pueblo de Israel mientras estaba en el exilio. Había decaído su esperanza por los años interminables de trabajos y esclavitud en Babilonia. Les dice que llega un mensajero con buenas noticias y al pueblo le cuesta creerlo, están cansados de esperar. Pero el Profeta insiste, porque trae un mensaje de parte de Dios, que es consolador, animoso, esperanzador: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios”. Alza la voz el profeta, como intentando convencerles de que no es mentira, pero el pueblo se resiste.

Da la sensación de que también nosotros estamos exiliados y caemos en la tentación de pensar que las cosas no evolucionan, no cambian, de que Dios se ha olvidado de nosotros… Cuando en nuestros corazones se desvanece la esperanza, afloran los demonios de la tristeza, del pasotismo, la desgana y la falta de fe.

Bien, pues esta es la pregunta que nos dirigen las lecturas de este segundo domingo de Adviento. ¿Mantengo viva la esperanza en que el Reino de Dios va llegando día a día, a pesar de que no lo parezca, y la fe en que la promesa de Dios se cumplirá? Hacerse la pregunta ya es una buena disposición para acoger el anuncio de que es verdad, y aparece el cristiano del siglo XXI sacando fuerzas de la pequeñez. ¡Viene, el Señor, el Señor llega!

Esa es la voz del mensajero de Dios, que los evangelistas han asociado con Juan el Bautista: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino” -leemos en el Evangelio de este domingo. Su voz puede resonar en el desierto, pero él no desistía, porque traía un mensaje de liberación y de perdón para quien quiera convertirse. Los que estáis desanimados y ya no esperáis nada de nadie, llenad vuestros corazones de alegría porque el Señor viene y es posible empezar de nuevo. Y los pequeños, los que no contáis, los que estáis oprimidos por esos demonios de la desesperanza, poneos de pie, que tenéis al Señor de vuestra parte.

El Salmo canta la esperanza del pueblo desterrado que ahora retorna. Ellos se preguntan hasta cuándo Dios estará alejados de ellos, y la respuesta es unánime: Yahvé se hará presente. La justicia y la paz reinarán y las, que no han producido lo esperado, prosperarán y darán cosechas increíbles. Es un himno al Dios compasivo que retorna a su tierra para hacerla fructificar. Es la espera y la esperanza en un Dios a quien nada se le va de las manos.

La segunda carta del apóstol San Pedro responde a la misma angustia que sentían las primeras comunidades cristianas. Se preguntaban sobre cuándo volvería Jesucristo resucitado. Animados por la promesa de Jesús, que volvería, que les enviaría su Espíritu, se crecen en la adversidad, pero cuando hay que esperar y esperar sin que nada cambie, al contrario, comienzan a arreciar las persecuciones, se desaniman. El apóstol responde diciendo que el Señor no tarda en cumplir su promesa, sino que usa de la paciencia de los hombres, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se salven. Paciencia, por que mil años nuestros son como un día para el Señor. Y En ese día se inaugurará un nuevo cielo y nueva tierra.

La Misa dominical, el lugar donde nos encontramos con el Señor Jesús y con los hermanos, es el momento de renovar los corazones, al contacto con su palabra, con su cuerpo y con su sangre, para reavivar esta esperanza para la vida. La muerte no es mas que una victoria aparente sobre el mal. Pero la muerte no triunfa, estamos en la resurrección. No es posible que un cristiano viva la Eucaristía y ésta no altere su modo de estar en el mundo. En el pasado Sínodo de los obispos sobre la Eucaristía se insistió en esta verdad de la Iglesia, en esta verdad de Jesús: la Eucaristía es fuente y culmen de la vida, pero al mismo tiempo la Eucaristía es la misión de la Iglesia, es nuestro trabajo en este mundo y es un oasis, aunque este mundo nos parezca un desierto. En ella encontraremos la fuerza para caminar por él.