III Domingo de Adviento, Ciclo B
Jn 1, 6-8.19-28: El testimonio de Juan el Bautista. Testigos alegres de la luz

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Is 61, 1-2a.10-11: Regocijarse en el Señor
Lc 1, 46-50.53-54: Me alegro con mi Dios.
1Tes 5, 16-24: Constancia en la oración
Jn 1, 6-8.19-28: El testimonio de Juan el Bautista

Testigos alegres de la luz

Cuando esperamos alguna noticia nuestros músculos se ponen en tensión y deseamos que suceda siempre lo mejor. Las buenas noticias provocan una tensión relajante y gozosa, las malas el deseo de que no se cumplan, y de las que no sabemos el resultado, que suceda siempre lo bueno, lo que soñamos. De las buenas, las malas y las indefinidas esperamos siempre lo mejor. Pues todos en pie y aplaudiendo de gozo es el mensaje de la Palabra de Dios en este Tercer domingo de Adviento, porque nos llega una gran noticia: Dios quiere ser uno de nosotros y estar entre nosotros. Llega la Navidad.

“Estad alegres en el Señor”, empieza diciendo la antífona de entrada de la Misa. “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido con manto de triunfo”, dice el profeta Isaías en la primera lectura. “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”, canta el Salmo, tomado del Magnificat. La carta del apóstol Pablo a los Tesalonicenses a “estar siempre alegres”. Y por fin, el Evangelio, nos trae la figura austera y solitaria de Juan el Bautista anunciando: “Yo soy la voz en el desierto: Allanad el camino del Señor… ya está en medio de vosotros…” Es el Señor, que llega, el que esperábamos. El gran motivo para la alegría.

Si en nuestra vida podemos hacer caso a algún agorero, que sea de buenas noticias, porque los agoreros de malas noticias no vienen de parte de Dios. Este es el maravilloso mensaje de las lecturas de este domingo. La Palabra de Dios siempre es buena noticia, aunque en tantas ocasiones se nos hable de la cruz, y suframos en nuestra carne la cruz de la vida. Pero sabemos que la cruz no es más que el rostro doloroso del parto. El parto es un momento fugad de la vida. No hay ningún otro dios, ni en el cielo ni en la tierra, ni en civilizaciones antiguas o futuras, como nuestro Dios. Nuestro Dios es un Dios que no defrauda, cumple lo que promete y salvalo que a los ojos de los hombres es insalvable. En él está la salvación, él es la Salvación y la Salvación está cerca.

Cuando vemos nuestro cristianismo de hoy, cuando analizamos la situación de la Iglesia en nuestra sociedad, cuando pensamos en los valores cristianos y costumbres en decadencia… la familia, la educación, la justicia, nuestra atmósfera y nuestros rios… ¡todo contaminado! Se me ocurre que este era el panorama que veía el profeta Isaías ante el pueblo que retorna del destierro. Ha perdido la esperanza ante una tierra devastada, sin embargo Isaías tenia puesta su confianza en Dios, como María en su canto del Magníficat, como Pablo ante esa primera Iglesia pobre y dubitativa, como Juan el Bautista, que se proclama testigo de la luz en medio de una religión en tinieblas.

Desde una fe en la acción efectiva y eficaz de Dios, todos se sienten capacitados para el anuncio de «buenas noticias». Las cosas están muy negras, pero sobran los agoreros negros, porque podemos salir adelante, Dios no nos abandona. El es quien hace germinar la justicia, a El la alabanza por los siglos.

La presencia de Dios no se produce solo cuando las cosas van bien, porque entonces qué esperanza nos puede mover. El pueblo de los creyentes se configura desde la promesa hecha a Abraham y María, que lo sabe, canta la grandeza del Dios salvador, que se fija en los humildes, en los pequeños, como ella, y nos muestra que la lógica de Dios no siempre coincide con la lógica de los poderosos. La lógica de Dios, que es una lógica de Salvación, pasa por el reconocimiento de los más pequeños como sujetos preferenciales de su acción. En eso consiste ser creyente. Esta es la palabra profética que la tradición pone en boca de María.

No podemos desanimarnos ante los problemas, que siempre los tenderemos, sino de haber experimentado a este Dios Salvador, y vivirlo con la alegría de quien se fía de El, no de nuestras fuerzas o nuestros meritos.

Juan Bautista predica, anuncia, invita a la conversión, bautiza… pero no se considera salvador de nadie ni de nada, simplemente dice que él es testigo de la luz, y que detrás de él viene uno a quien no es digno ni siquiera de desatar la correa de la sandalia.

Señor y Dios nuestro, enséñanos a vivir en la fe y en la esperanza de tu Hijo Jesús, danos la fortaleza de sus primeros testigos, para que el mundo vea nuestra alegría y se fíe de ti y de tu enviado Jesucristo.