VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos 1,40-45: Desapareció la lepra, y quedó limpio. La lepra se le quitó, y quedó limpio

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Levítico 13,1-2.44-46: El impuro vivirá solo, fuera del campamento
Salmo 31: Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
1Corintios 10,31-11,1: Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo.
Marcos 1,40-45: Desapareció la lepra, y quedó limpio

La lepra se le quitó, y quedó limpio

El hombre con lepra es impuro y por tanto vivirá fuera del campamento, leemos en el libro del Levítico, en la primera lectura del 6º domingo del Tiempo Ordinario. Y el que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado y mientras le dure la lepra tendrá que vivir sólo y aislado.

Esto que leemos como Palabra de Dios nos suena duro, muy duro. ¿Cómo es posible que Dios quiera tanto mal para uno que, además de estar enfermo, tenga que ser echado fuera? Una de dos, o este es un Dios justiciero y sanguinario, o los hombres no hemos interpretado bien lo que Dios quiere. O se equivoca Dios o nos equivocamos los hombres, es la reacción humana ante esa página del Levítico.

También es verdad que la sociedad avanza, la sensibilidad humana se va afinando, y por eso nos parecen extrañas las costumbres del antiguo Testamento. Pero no deja de ser verdad que, en una sociedad desarrolla como la nuestra, seguimos hablando mucho en contra de las injusticias y hacemos muy poco por evitarlas. Nos compadecemos de los enfermos, de los que sufren, de los ancianos, pero no tenemos reparo en aislarlos en hospitales o en residencias para mayores. Es decir, los apartamos buenamente para que no nos estorben.

Eso sí, hacemos leyes dignas para que estas exclusiones aparezcan como justas. Leyes que mejoren las prestaciones sanitarias, leyes que dignifiquen las residencias de ancianos, leyes que justifiquen el aborto, pero ¿qué hacemos como personas para visitar al enfermo, integrar al abuelo en la vida familiar, o dejar que el no-nacido nazca? El cumplimiento de la ley es una buena excusa para tranquilizar nuestra conciencia, y olvidar así lo primero, que es lo humano, el calor de lo humano.

El evangelio de Marcos de este domingo, nos va ayudar de forma definitiva a deshacer este embrollo de nuestras incoherencias, entre lo que pensamos y lo que hacemos. Un leproso se va a poner delante de de Jesús. Un leproso según la Ley debe ser separado, rechazado y aislado, porque la lepra es signo de que Dios le ha castigado. Pero un leproso, es al mismo tiempo es un ser humano y por tanto hijo de Dios. Vamos a ver cómo qué dice y qué hace ante este caso conflictivo y vamos a ver cómo su palabra y su comportamiento van a la par. No hay palabrería en su predicación, como sucede entre nosotros. Su persona y su ser van tan unidos que su palabra es creadora, lo que dice se obra, lo que anuncia se realiza.

El leproso llega ante de Jesús y le suplica de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”, Jesús no se entretiene en ninguna justificación, ni piensa si la lepra es signo de pecado o no, y le dice: “Quiero, queda limpio”. Y la lepra desapareció inmediatamente.

Si la lepra era horrorosa y motivaba la exclusión de quien la padecía, la acción de Jesús le reincorpora a la vida cotidiana. El milagro no es tanto el haber curado de una enfermedad, sino el haber sacado a este hombre de su marginación. Jesús se acercó a él, le hizo caso, se preocupó por su situación y le devolvió la dignidad de persona, porque antes que como enfermo, le veía como hijo de Dios. Este es el verdadero milagro, nada espectacular, nada palabrero y eficaz: que el hombre sea reconocido en su dignidad.

Ante esta forma de ser y de hacer de Jesús, la hipocresía de ley judía queda en evidencia. Ante una forma de ser cristiano en nuestra época, las leyes proabortistas quedarían en entredicho; las leyes para mejorar las residencias de ancianos, delatarían nuestra falta de cariño hacia ellos; las supuestas leyes de protección a mujeres o a menores pondrían en evidencia la sociedad que estamos construyendo.

El milagro manifiesta que el mensaje Jesús es auténtico y creíble. Lo que anuncia, mientras recorre Galilea, se realiza: el Reino.

¿Nos sentimos nosotros invitados a ser como Jesús en sus palabras y en sus acciones? ¿O tal vez nos falta ese “toque” del Dios misericordioso para con el excluido? El seguimiento de Jesús es auténtico cuando va acompañado de servicio, y servir no es otra cosa que estar pendiente del vecino necesitado para, si se puede, echarle una mano. El cristiano tiene hoy un papel de protagonista en la realización de un mundo distinto, y esta palabra no es otra que la del gesto del servicio.

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