V Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 12,20-33: “Padre, líbrame de esta hora” Padre, líbrame de esta hora

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Jr 31,31-34: “Haré una alianza nueva”
Salmo: 50: “¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro”
Heb 5,7-9: “Autor de salvación eterna”
Jn 12,20-33: “Padre, líbrame de esta hora”

Padre, líbrame de esta hora

¡Cuántas veces ha pasado esta frase por nuestra mente! La hora del dolor, la hora de la desgracia, de la agonía. Estamos en el 5º domingo de Cuaresma, vísperas de la Semana Santa, la hora de Jesús, de su muerte y resurrección.

“Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora”. Con el alma agitada, y la angustia recorriendo las venas, la tristeza aflora y envuelve todo el cuerpo. La serenidad se desvanece y el rostro se muestra compungido. Antes esa experiencia, por la que todos, de una u otra forma, habremos pasado, surge la pregunta: ¿qué hacer?, ¿qué diré? Y he aquí que cuando nosotros no somos capaces de ver horizonte, alguien, Jesús de Nazaret, nos sale al paso y nos dice eso mismo me pasó a mí, esa misma pregunta me hice yo; “¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por eso he venido, para esta hora”.

Jesús, como hombre, se hace la misma pregunta que nosotros, y así como nosotros nos encogemos ante la angustia, él, como hombre también, sabe darse inmediatamente la respuesta. “Para esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”. Que una situación de angustia pueda resolverse con sólo dos palabras, pensamos que no es de humanos, pero como Jesús al tiempo que hombre era Dios, sacó su fuerza divina y ahuyentó la angustia, decimos. No es verdad. Jesús usó la fuerza divina que tenía en cuento hombre, como nosotros podemos usar la fuerza divina que habita en nuestro interior. Y en segundo lugar, él no evitó la angustia, no se ahorró el dolor ni el sufrimiento.

Hasta aquí las palabras y los razonamientos no valen, o lo aceptas o no lo aceptas. Lo asumes y lo cargas de sentido en tu interior, o lo rechazas, y los dolores, como todo de esta vida, es un absurdo. La vida es así. Las explicaciones y las palabras para contarlo valen cuando no estás atenazado por el dolor, cuando estás sano y disfrutando de la vida.

El mensaje cristiano lo formula Jesús en esa breve parábola del grano de trigo que si muere da mucho fruto. Estamos en el fundamento del Evangelio, el tema central del mensaje de Jesús: el amor oblativo, el amor que se da a sí mismo, y que por ese perderse a sí mismo, por ese morir a sí mismo, genera vida.

Y es justamente este mensaje lo que ha movido a Benedicto XVI a publicar su primera encíclica: Dios es amor. En la naturaleza encontramos el amor en forma de eros, instinto que centra al individuo sobre sí mismo, aunque sea en relación con otros y de cara la procreación. Pero en el ser humano es posible esa forma de amor capaz de salir de sí mismo y entregar su vida, ágape.

La parábola de grano de trigo expresa el punto máximo del amor. El grano no mira los meses que pasa enterrado en el surco, sino la espiga esbelta con cuarenta granos, que germina desde la oscuridad. Para darse y dar vida hay que morir. En el fondo, esta parábola expresa el mandamiento nuevo que nos dio Jesús: «Este es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros ‘como yo’ les he amado; no hay mayor amor que ‘dar la vida’» (Jn 15,12-13).

Lo que hace el grano de trigo lo podemos hacer los humanos, darse, para dar vida, con la única diferencia de que el fruto del amor humano nos hace divinos. Lógicamente, a mayor ganancia, mayor entrega, y si al grano de trigo no le duele la muerte, a nosotros nos da miedo. Por eso, en el Evangelio de este domingo escuchamos a Jesús: “Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora”. La muerte que se le avecina le crea angustia, pero la asume porque confiando en su Padre, Dios, sabe que esa muerte es su gloria. “Para esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”.

Estamos ante una de las típicas «paradojas» del evangelio: «perder» la vida por amor es la forma de «ganarla» para la vida eterna; morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir, entregar la vida es la mejor forma de retenerla, darla es la mejor forma de recibirla…

Es la forma de llevar a término la voluntad de Dios, que quiere comenzar de nuevo con su pueblo, hoy, en el tercer milenio, esa una «nueva alianza», que comenzó con Moisés y se realizó en Cristo. Repitámoslo una vez más con jeremías, en la Primera Lectura, ¿pero qué tipo de alianza? La que ya no está escrita en tablas sino en el corazón mismo del ser humano.

Y la carta a los hebreos nos recuerda que, como Jesús, estamos llamados a ser hijos, y que en la angustia seremos escuchados como él, que se ha convertido en autor de nuestra salvación.