Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, Ciclo B.
Mateo 26, 14-27, 66: La Pasión de Cristo. La Semana de la Salvación

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Is 50,4-7: “Para hacer saber al cansado una palabra alentadora”
Salmo: 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Filp 2,6-11: Se rebajó a sí mismo
Mt 26, 14-27, 66: La Pasión de Cristo.

La Semana de la Salvación

El domingo de Ramos hacemos memoria de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, bien es verdad que la entrada triunfal fue en un burrito y acompañado del pueblo llano, la gente sencilla, la que estaba a diario cerca de Jesús. Entrada triunfal, sobre todo, porque ir a Jerusalén, lo había anticipado muchas veces Jesús, era para realizar el culmen de su aspiración como Hijo obediente del Padre: la entrega total de sí para salvar al resto de los hijos.

Entrada triunfal, porque el misterio del mal (la Pasión y muerte), y el misterio del bien (Resurrección), iban a quedar desvelados para la eternidad. La muerte va ser vencida: el acontecimiento liberador más grande que jamás se haya producido en la historia.

Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, porque con su cuerpo ensangrentado y su sangre derramada, podemos alimentar nuestras vidas -en la Eucaristía- hasta la vida eterna. En su cuerpo y en su sangre santos hemos sido liberados de las cadenas de la muerte.

Es, la Semana Santa, que comienza en este Domingo de Ramos, es la semana triunfal de Cristo Redentor, de la cual nos quiere hacer partícipes a todos los que nos fiamos de él. Por esa Semana Santa podemos decir con San Juan que, “hemos pasado de la muerte de la muerte a la vida”, las cadenas han sido rotas, se nos ha abierto el cielo, es la hora de la Vida, por el amor de Cristo.

Semana de Pasión, semana de Resurrección. Todo está condensado en esta paradoja del triunfo de Jesús sobre un borriquillo. Paradoja, porque morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir. Paradoja, porque entregar la vida es la mejor forma de retenerla. Paradoja, porque dar la vida es la mejor forma de recibirla. Paradoja, como decíamos la semana pasada, porque “perder” la vida por amor es la forma de “ganarla”, para la vida eterna.

Este modo que tiene Jesús de triunfar entre palmas y ramos de olivo, entrando señorialmente, a lomos de un burrito, en Jerusalén, es paradójico, pero esclarecedor. Ya sabemos cómo es el triunfo de Dios, el de la cercanía y el amor, el que adquiere por el camino de la humildad. No hace falta aparentar demasiado para ser Señor. No valen muchas promesas ni grandes proclamas para ser Rey; basta una humilde presencia de afecto y compasión para sacar de la miseria al abatido, y llenar su corazón de esperanza.

Paradójicamente, en Cristo a lomos de un borriquito, sabemos el camino de salvación que nos trae. Esta es la forma de llevar a término el plan salvador de Dios. La voluntad salvadora de Dios, que quiere instaurar de nuevo con su pueblo, hoy, en el tercer milenio, esa una «nueva alianza», que comenzada con Moisés,se realizó en Cristo.

Así, con este mensaje de alegría podemos comenzar la Semana Santa, pero junto con el sentimiento de compasión y dolor a que se nos invita, podemos cantar el Himno a Cristo Rey de la liturgia de hoy:

¡Gloria, alabanza y honor!

¡Gritad Hosanna y haceos como los niños hebreos al paso del Redentor!

¡Gloria y honor al que viene en el nombre del Señor!

Después de la conmemoración de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, y ya en la proclamación de la Palabra, el pasaje del profeta Isaías presenta al Siervo, que enfrenta la injusticia desde la debilidad de su humilde condición humana y confía en que el Dios le dará la fuerza necesaria.

La carta a los Filipenses muestra al Cristo que acepta ser uno de tantos para decirnos cómo transformar la condición humana, no por vía de la auto-exaltación, sino de la obediencia. Y el Evangelio de San Marcos de este domingo de Ramos, relata la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Un relato que nos ayuda a entender cómo la condena injusta de Jesús no ocurrió por accidente, sino que fue cometida con toda premeditación y conciencia. Era sospechoso de alterar la religión por parte de los sacerdotes, escribas, doctores y piadosos de su tiempo: llamaba a Dios “Padre”.

Con esta palabra, “Padre”, va a despedir Jesús su estancia entre nosotros, desde la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”; “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.