XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,30-34

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Amigos estamos de nuevo juntos en esta reflexión sobre las lecturas que cada domingo la liturgia nos propone para nuestra formación. El domingo en que estamos es el décimo quinto del llamado tiempo ordinario. Las lecturas propuestas son del profeta Amós, capítulo séptimo, parte del primer capítulo de la carta del Apóstol san Pablo a los Efesios, y continuamos con la lectura del capítulo sexto del Evangelio según san Marcos. El salmo responsorial de la liturgia de hoy es el 84, donde respondemos diciendo “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”. De entrada podemos decir que las tres lecturas tienen un tiente especialmente vocacional, es Dios llamando personas de entre sus hijos para que le representen y administren sus gracias, para que lleven al pueblo su palabra, para que lo consuelen en los momentos de dolor. Dios nos elige y nos llama, como lo dice san Pablo en su carta.

En la primera lectura, Dios hace un llamado a Amós para que vaya a profetizar ante su pueblo Israel, y Amós con humildad reconoce que no es hijo de profeta como para merecer esa distinción, sino que es un pastor y cultivador de higos. Pero ante el llamado de Dios, la respuesta siempre debe ser estar disponible y confiar en que será Él quien hablará y actuará en nosotros, que seremos simplemente unos instrumentos a su servicio. De modo que Amós nos da una gran lección de disponibilidad y sobre todo de confianza en Dios, de confianza en aquél que si lo ha llamado le dará las palabras y las actitudes para hablarle a su pueblo. Y démonos cuenta que el papel de profeta no es sencillo. A diferencia de lo que podemos pensar hoy, que tal vez concebimos al profeta como una especie de adivino, bíblicamente el profeta es un enviado de Dios para denunciar los pecados y errores del pueblo y anunciar la buena noticia de Dios. Es claro que el anuncio se puede recibir bien, pero la denuncia siempre crea problemas. De ahí que el oficio de profeta, como lo recibió Amós, implica mucha disciplina, coherencia de vida, cercanía estrecha con Dios, es decir, vivir una vida de sacrificio que respalde la misión que Dios le ha encomendado.

Con Jesús el llamado y el envío se hacen más evidentes, porque los profetas anteriores recibían el llamado en visiones, o en momentos de oración, y de allí se levantaban a predicar, demostrando con vida a las personas que habían sido llamados. Jesús, Dios con nosotros, busca personas, las llama por su nombre, las prepara y las envía. El evangelio de hoy nos dice que los envió de dos en dos, que les dio poder sobre los espíritus inmundos, y les dio unas instrucciones muy precisas: lleven un bastón para el camino y nada más, ni pan, ni alforja, ni dinero suelto, que lleven sandalias pero no túnica de repuesto. Esto visto en nuestros días nos puede parecer exagerado porque sabemos cuántas cosas se necesitan para la evangelización. Pero Jesús lo que está indicando es que esa evangelización es algo mucho más vital que las cosas de logística que pueden hacer falta. Y digo vital porque el anuncio es llevar su palabra a las gentes, llevarles la salvación, la sanación, en definitiva, ofrecerles de nuevo la vida que se pierde con el pecado y el alejamiento de Dios, lo que abre las puertas al enemigo. Dios cuando llama, a los apóstoles de ayer, a los ministros de hoy también les da su fuerza y su poder, sobre todo el poder sanador de la reconciliación que nos devuelve la salud espiritual y renueva la amistad con Dios perdida por el pecado.

La segunda lectura de este domingo es un himno que san Pablo escribe a Dios en su carta a los Efesios. Y es también un himno que resalta esa elección que Dios ha hecho de cada uno de nosotros, esa vocación que nos ha dado. No pensemos sólo en la vocación o el llamado a la vida de consagración en el sacerdocio o en alguna congregación. Dios nos ha llamado a todos para que seamos sus hijos, como dice san Pablo, “él nos eligió en la persona de Cristo – antes de crear el mundo – para que fuésemos consagrados e irreprochables ante él por el amor”. Y como sigue diciendo este hermoso himno, “Él nos ha destinado en la persona de Cristo – por pura iniciativa suya – a ser sus hijos…”. Qué cosa tan grande somos, somos hijos de Dios, hemos sido elegidos por él, por pura iniciativa suya, no por nuestros méritos, o por nuestras dotes, sino por puro amor que el Padre tiene para cada uno de nosotros sus criaturas. Sólo que a veces olvidamos esto, y nos apartamos del padre, olvidamos nuestra dignidad de hijos y caemos en el error y el pecado.Por eso Cristo tuvo que sufrir, dar su vida y su sangre para rescatarnos, y restaurar la dignidad perdida. Pablo es consciente de ello y así nos lo dice en su carta, “por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”.

Hermano, hermana que me escuchas. Dios te ha llamado, Dios te ha elegido. Sólo pide que abras tu corazón, tu espíritu a su gracia, para que como hijo elegido y predilecto puedas dar testimonio de él, y como los santos, puedas alcanzar la gloria del cielo, que él mismo ha preparado para ti.