XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6,1-15

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Estamos de nuevo juntos para meditar la palabra de Dios que la Iglesia nos presenta en la misa de este domingo, el decimoséptimo del ciclo B. Las lecturas son del segundo libro de los Reyes, la carta a los Efesios, y el Evangelio es tomado del capítulo sexto de san Juan. El salmo es el 144 y su antífona nos puede servir como idea central de este domingo: “abres tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente”. El salmo canta la generosidad de Dios para con nosotros, generosidad que se demuestra en la multiplicación de los panes narrada en el evangelio, y también en la saciedad que lograron las personas que comieron el pan distribuido por Eliseo como nos los dice el libro de los Reyes.

El episodio que nos narra el libro de los Reyes presenta al profeta Eliseo que recibe la ofrenda de 20 panes, y pide que sea distribuida entre cien personas. El criado indica al profeta que eso no alcanzará para tanta gente, pero Eliseo cita las palabras de Dios que dice: “comerán y sobrará”. Y efectivamente sucedió. Alcanzó para todos. En el Evangelio Jesús ve que mucha gente le seguía, y pregunta a Felipe con qué dinero comprarían pan para que comieran todos. Felipe le responde que ni con doscientos denarios comprarían suficiente. La historia sigue diciendo que uno de los discípulos señala a un niño que tenía cinco panes y dos peces, pero qué sería eso para tantos. Jesús mandó a los discípulos que sentaran a la gente en el suelo, sólo los hombres eran cinco mil. Y tomó los panes, pronunció la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados. Comieron todo lo que quisieron y al final se recogieron doce canastas con lo que sobró. Los discípulos fueron testigos del milagro, participaron de él, y la gente que vio el prodigio quiso proclamar a Cristo como rey, claro, había saciado el hambre. Aquí hay unas cosas que no podemos dejar pasar para nuestra enseñanza. En primer lugar el milagro lo hace Dios, lo hace su Hijo, Jesús, que toma los panes y los bendice, y los parte para su distribución. Es una clara alusión al sacramento eucarístico donde el pan se bendice y consagra con la acción del Espíritu Santo, y el sacerdote, in persona Christi, como otro Cristo, distribuye el alimento que sacia el alma, que llena el espíritu. Por eso, cada vez que estamos en una eucaristía, en una misa, presenciamos la acción milagrosa de Jesús que se convierte en pan y alimento para nosotros.

Pero también en el milagro narrado no podemos dejar pasar otro detalle: el niño es quien ofrece los cinco panes y los dos peces. Esto puede no parecernos trascendente, pero si nos damos cuenta y conectamos este episodio con el de la tentación que tuvo Jesús en el desierto, cuando sintió hambre, el demonio le dijo que convirtiera las piedras en panes. Y el demonio tentó de esa manera a Jesús sabiendo que él, que era el creador también podía hacer eso. Aquí nos preguntamos lo mismo, ¿no hubiera sido mejor haber tomado piedras y convertirlas en pan? Total Jesús tiene el poder de hacerlo. Pero hay una enseñanza de fondo en este relato y es que Dios no fuerza a la naturaleza y sus leyes, sino que también cuenta con nosotros, con nuestro pequeño aporte para hacer sus milagros. Si miramos por encima los números, cinco panes sirvieron para alimentar cinco mil hombres, un pequeño aporte dado por el niño, fue multiplicado mil veces. Esto es maravilloso, porque nos indica que cuando confiamos en Dios, cuando con generosidad ofrecemos nuestros cinco panes, la misericordia de Dios los multiplica por mil, por millones de veces, en gracia y alimento para nuestro espíritu. Si no vemos esos milagros en nuestras vidas, es tal vez porque no hemos sido generosos, tal vez teniendo los cinco panes, solo le hemos dado dos o tres al Señor, reservando para nosotros algo, asegurándonos algo para nosotros. El niño del evangelio es un gran ejemplo para nosotros, que en nuestros días buscamos las seguridades en el tener y el poder, en la inteligencia de nuestras mentes, y no en la gratuidad del Señor, en la gratuidad del don que se nos da, cuando somos generosos. Hoy este Evangelio nos invita a ser de nuevo como niños, a confiar como niños en Jesús, y a ser generosos como son todos los niños.

Ser como niños, como Jesús lo dice en el Evangelio, y como lo demuestra el niño que compartió sus panes en el episodio de hoy, significa ser conscientes de nuestra vocación como cristianos, como hijos de Dios. Nos lo dice san Pablo en su carta a los Efesios, que leemos en su capítulo cuatro en el día de hoy. Como cristianos, el apóstol nos invita a ser siempre humildes y amables, a ser comprensivos, a sobrellevarnos mutuamente, a esforzarnos por mantener la unidad del Espíritu. Actitudes estas que nos deben distinguir como creyentes. Si revisamos nuestra vida, nos daremos cuenta que parte de nuestra falta de testimonio está precisamente en que no actuamos conforme a estas sugerencias de san Pablo. Por tanto, el camino de conversión comienza por revisar cómo estamos en estas cosas que nos menciona hoy el apóstol, y sobre todo a tener el coraje de mejorar, alejando de nosotros esas actitudes negativas que nos hacen daño, y hacen daño a la sociedad. En definitiva, es volver a ser como niños.

Te invito a que vuelvas sobre estas lecturas en tu casa, en tu habitación. A que la compartas con tus seres queridos, y a que extraigas el caudal de enseñanzas que tienen. Es Jesús mismo que quiere que conozcas su Palabra y la pongas en práctica. Y te dice que no tengas miedo, porque los milagros narrados en los evangelios también se realizan hoy en la vida de cada uno cuando en verdad creemos en Él.