XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6,24-35

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

 

Amigos hoy reflexionamos con la propuesta que la liturgia de la palabra nos hace con el libro del Éxodo, la Carta de Pablo a los Efesios y la continuación del capítulo sexto del Evangelio según san Juan, todo complementado con el salmo 77. Estamos en el domingo décimo octavo del tiempo ordinario y la temática sigue siendo la del pan, la del alimento, material por un lado porque necesitamos vivir, espiritual por el otro, porque Dios nos da su Palabra como alimento. Esta idea del pan y del alimento será el hilo conductor de la reflexión de hoy.

La primera lectura del libro del Éxodo nos está contando el momento en que el pueblo, en el desierto, se revela contra Dios y su enviado Moisés, ya que los alimentos escasean. Dios escucha el reclamo y decide enviar alimento del cielo, pero de todos modos probará la fidelidad del pueblo. El Evangelio de Juan nos narra lo que sigue a la multiplicación de los panes: Jesús con sus discípulos se va a Cafarnaún, la gente lo busca hasta que lo consigue. Y Jesús les dice “ustedes me buscan no porque han visto signos, sino porque comieron pan hasta saciarse”. Hay mucha similitud entre el texto del antiguo testamento y este trozo del evangelio, que nos muestra de alguna manera lo que es nuestra naturaleza y lo que son nuestros intereses, o al menos los intereses de algunas mayorías. La gente quiere resolver su problema inmediato, su problema del hambre, y podemos decir también, extrapolando a nuestros días, resolver el problema del empleo, de la falta de dinero, de vivienda, en general, cualquier carencia. Y se busca en algún “mesías” la solución a esos problemas, tal vez esforzándonos lo menos posible. Por eso el reclamo a Moisés y a Dios, y la búsqueda de Jesús por parte de quienes comieron el pan multiplicado. Dios conoce nuestro corazón, y por ello en el Éxodo dice que dará el alimento, pero probará la fidelidad de su pueblo, Jesús pide que trabajen por el alimento que no perece, que perdura, que da la vida eterna. Es una decisión de vida la que nos pide Dios, porque nos exige conversión, cambiar nuestro modo de ver la vida, y seguirlo a Él, confiando en su bondad y misericordia infinita.

Decía antes que las lecturas de hoy nos demuestran un poco lo que es nuestra naturaleza interesada, que busca a Dios para resolver los problemas inmediatos. Y decía también que ésta búsqueda de soluciones tal vez nos haga buscar mesías que nos ayuden a solucionar estos problemas inmediatos de la vida. Jesús, que es el verdadero Mesías, no se aprovecha de esa condición para sacar beneficios de adhesión de las personas, sino que pone las cosas en su sitio, al decirnos que trabajemos por el alimento que no perece, que da la vida eterna, el que nos dará el Hijo del Hombre. La gente, con razón, le pregunta cómo es eso de trabajar por ese alimento, a lo que responde Jesús que el trabajo que Dios quiere es que creamos en el que él ha enviado. Pero para creer en el enviado hay que ver signos, dicen sus interlocutores, como el signo del maná en el desierto. Jesús les aclara que no ha sido Moisés el autor de ese maná, sino Dios mismo que lo ha enviado del cielo, como ahora envía desde el cielo a su Hijo, que se define como el pan de vida: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed”. Por eso la gente le pide a Jesús que nunca falte este pan, el pan de su vida, de su palabra, de su amor. También nosotros estamos necesitados de este pan, que es Jesús que día a día se nos da en la eucaristía, y siempre nos alimenta con su palabra. Sólo nos pide que creamos en él, que tengamos confianza en él.

Creer en Jesús, tener confianza en él significa haber dado el paso de dejar “el hombre viejo” como nos dice san Pablo en su carta a los Efesios, segunda lectura de este domingo. San Pablo nos pide que ya no andemos como los gentiles, que andan en la vaciedad de sus criterios, en la vaciedad de los criterios del mundo. Nosotros, que hemos conocido a Cristo, hemos aprendido de Él su doctrina, sus valores, sus principios, y eso nos debe impulsar a ser distintos, a actuar de manera diferente a como actúa el común de la gente que tal vez sigue los criterios y valores que hoy impulsa la sociedad. Abandonar al hombre viejo significa renovar nuestra mente y nuestro espíritu, y dejar el ser corrompido por los deseos de este mundo. Es dejar que el espíritu de Dios, el Espíritu Santo, renueve nuestra condición humana, que ha sido creada a imagen de Dios, y nos haga vivir en la justicia y la santidad verdaderas. Esto nos puede parecer un ideal muy alto, pero contando con la asistencia de Dios lo lograremos y haremos resplandecer en este mundo de hoy la luz de Cristo que está en nuestros corazones.

Hermano, hermana que me escuchas, te invito a que hoy te alimentes con el pan del cielo, con el pan de Cristo. Pan para el cuerpo, la hostia consagrada. Pan para el espíritu, la fuerza que nos da la comunión con él y con su Espíritu Santo. Pan para la mente y el corazón, su Palabra, que siempre tiene orientaciones y sabios consejos para que seamos mejores. Pidamos a Dios que no nos falte tampoco el pan de la mesa, y sobre todo que tenga misericordia de tantos que en el mundo hoy no tienen ningún pan, que les permita poder comer algo, y pidamos sobre todo, que ablande el corazón de tantos egoístas que niegan el pan a los pobres. Que el Señor Jesús siempre nos bendiga, amén.