Solemnidad: La Asunción de la Santísima Virgen María.
San Lucas 1, 39, 56

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

 

Estamos de nuevo juntos para meditar la palabra de Dios en la liturgia de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los cielos. Las propuestas de lectura para este día son el Apocalipsis, el salmo 44, la primera carta a los Corintios y el primer capítulo de san Lucas, el evangelista que más nos habla sobre nuestra Madre del Cielo. La oración colecta de este día dice: “Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Made de tu Hijo; concédenos, te rogamos, que aspirado siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo”. Esto lo pedimos por Cristo Nuestro Señor.

Antes de reflexionar brevemente sobre las lecturas de esta solemnidad, es bueno que recordemos que el dogma de la Asunción de la Virgen es el último que ha proclamado la Iglesia, pues le correspondió al Papa Pío XII el 1º de noviembre de 1950 proclamarlo solemnemente. Es un dogma que cierra, por decirlo de alguna manera, lo que son los artículos de fe que tienen que ver con nuestra Madre del Cielo. Si ya se había proclamado su concepción inmaculada, si hemos creído verdaderamente en su vida santa de dedicación a su Hijo, El Señor, lo menos que podía hacer el gran Dios Trinidad era llevar hasta su mismo seno a la Madre que le dio el ser en esta tierra. Y esta es la esencia del dogma, el creer que por los meritos de la maternidad divina, por una gracia especial de Dios, ella no estuvo sometida a la ley de la corrupción del cuerpo, sino que fue preservada en su estado físico y llevada al cielo para estar eternamente con su Hijo y con la Iglesia celestial. Tal vez sería bueno hacer mención a la manera como celebran este acontecimiento nuestros hermanos de las Iglesias orientales, quienes no hablan de la muerte de María, sino de su “dormición”, es decir, que Nuestra Madre se durmió y en ese sueño fue llevada al cielo, fue asunta. Es una imagen muy hermosa esta, y nos permite mantener la certeza de que nuestra Madre vive eternamente en el cielo y que está pendiente de nosotros, de cada uno de sus hijos, intercediendo por nosotros y nuestras necesidades ante su amado Hijo, que nunca le niega las cosas que le pide.

La lectura del Apocalipsis nos presenta a la Señora Celestial, nuestra Madre, a punto de dar a luz a su hijo, y presenta al dragón, el símbolo del mal, dispuesto a devorar a ese niño apenas naciera. Nació el niño varón que fue llevado al trono de Dios, y la mujer escapó al desierto. Mujer vestida de sol, mujer con la luna bajo sus pies, coronada con 12 estrellas. Una visión de la Virgen que gracias a su aparición en México como Guadalupe la tenemos acompañando a nuestros pueblos, dándonos a su Hijo, y alejando de nosotros los peligros. Mujer que el evangelio nos presenta como preocupada por sus semejantes, y que al saber del embarazo de su prima Isabel, que tenía mucha edad, y no obstante ella estar también encinta, no tiene en cuenta su estado y va a ayudar en su necesidad a la prima. Soberano ejemplo de nuestra Madre que nos pide a todos que seamos como ella, que no nos detengamos en nuestros asuntos y nuestra condición, sino que siempre pongamos en primer lugar al otro, y estemos dispuestos a ayudarlo y a socorrerlo. Pero sobre todo es una Madre que lleva a su Hijo, con su Espíritu Santo y los comparte con quienes se encuentra. No es egoísta, no se queda con la gracia de Dios para sí, sino que va a llevarla a quienes la necesitan. Que gran ejemplo de María, nuestra Madre, que con su acción nos motiva a que llevemos a los demás el Cristo que está en nosotros, en nuestros corazones, y que llega a nuestro ser a través de los sacramentos, a través de la eucaristía.

La solemnidad de la Asunción de la Virgen, que celebramos hoy, nos invita a no perder la esperanza en que también nosotros tendremos parte en ese reino celestial. Nos lo dice Pablo en el trocito de la primera carta a los Corintios que tenemos hoy como segunda lectura. El Apóstol nos dice que Cristo ha resucitado, como primicia de todos los que han muerto, y así como por un hombre, Adán, llegó la muerte para todos, así también por oro hombre, Cristo, todos volveremos a la vida. Esta es una verdad de fe que se manifiesta en la solemnidad del día, porque si bien no hablamos de muerte y resurrección de María, cuando hablamos de que fue llevada al cielo en cuerpo y alma, de alguna manera estamos haciendo alusión a esa realidad celestial de estar con Dios por toda la eternidad como aspiramos al ser sus hijos. En nuestro caso debemos pasar por el trauma de la muerte para llegar a la gloria de la resurrección el día final, el día del Señor. Allí estaremos con Dios Trinidad y con nuestra madre, y tendremos la dicha de conocerla en persona y seguirla amando como lo hacemos ahora mientras somos peregrinos en esta tierra de Dios.

Te invito hermano, hermana que me escuchas a que sigas manteniendo tu fe en Dios y en la Virgen, y a que confíes en que, por tus buenas obras, podrás gozar un día de la gloria del cielo en compañía de nuestra madre María.