XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 8, 27-35

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Estamos de nuevo juntos para meditar la palabra que Dios nos ofrece este domingo en la eucaristía. Leeremos parte del capítulo 50 del profeta Isaías, el salmo a meditar es el 114, y seguimos con las lecturas de la carta del apóstol Santiago y el evangelio según san Marcos. Hoy Jesús nos hace la misma pregunta que hizo a sus discípulos: ¿quién dicen ustedes que soy yo?

La lectura del profeta Isaías nos traslada a la época de semana santa donde se lee este trozo del capítulo 50, que habla del Siervo Sufriente. Es el mismo siervo, Jesús, que en su revelación progresiva que se plantea en el evangelio según san Marcos va mostrando poco a poco su medianidad, su ser Dios. Por eso este evangelio usa una técnica escriturística que se llama “secreto mesiánico”, donde Jesús a cada acción, a cada milagro, le dice a sus discípulos que no le digan a nadie, que no lo comenten. La técnica con la que se escribió este evangelio es la de ir mostrando poco a poco la persona de Jesús, para, al final, mostrar en todo su esplendor que este Jesús era el Mesías prometido por Dios. En su camino hacia Cesaréa de Filipo, Jesús le dirige una pregunta a sus discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo? Las repuestas fueron varias, unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que alguno de los profetas. En estas respuestas se manifiesta una especie de regreso de alguien importante ante Dios, no sé si tendrían el concepto, pero pareciera que la gente pensara en una especie de reencarnación. Hasta allí todo bien, es lo que dicen los demás. Pero Jesús les pregunta a ellos quién es él. Esta pregunta puede parecer un poco fuera de lugar, desde nuestro punto de vista, porque ellos estaban con él, sabían quién era, lo conocían. Y a pesar de eso no se atrevieron a responder. Sólo Pedro, impulsado por el espíritu, dice que es el Mesías. Revela así quién es en verdad Jesús, Dios con nosotros.

Decía antes que la pregunta que hace Jesús puede parecernos fuera de lugar, le pregunta a sus amigos quién es él. Si le conocían. Nosotros responderíamos de inmediato que si le conocemos, que si sabemos quién es él. Pero tenemos que ubicarnos en la época y mentalidad de los discípulos y el pueblo de Israel. Conocer a alguien, no es como nosotros concebimos ese término, sino que implica algo más profundo, implica una comunión muy estrecha entre las personas, llegando incluso a utilizarse este término conocer para indicar la relación íntima de pareja. Recordemos las palabras con las que responde María ante el anuncio del ángel: no conozco varón. María no se refería a que no conocía personas del sexo masculino, sino a que no llevaba una vida de esposa con ninguno, como para ser madre. Volviendo a la pregunta, Jesús lo que quiere explorar en sus discípulos no sólo es el conocimiento que pueden tener de él, sino el grado de comunión que existe entre sus elegidos y él. La respuesta de Pedro, inspirada por el espíritu, de alguna manera ha puesto las cosas en su lugar al reconocer que ellos le ven y lo experimentan como el enviado de Dios para salvarles. Se sienten humildes y pequeños ante la grandeza del Dios-con-nosotros anunciado por los profetas, que efectivamente está entre ellos y les ha elegido.

La pregunta de Jesús también se dirige a nosotros, a ti y a mí. ¿Quién es Jesús para ti, lo conoces? Y te pido que la respuesta no sea la elemental, si lo conozco, he leído su vida en los evangelios, sé de sus milagros, sé que murió en la cruz y que resucitó. No es esa la pregunta, y esas no son las respuestas. La pregunta es vital: ¿quién Jesús en tu vida, que significa para ti que Jesús te ame, te dé su gracia, te dé su espíritu? ¿Es realmente alguien importante para ti, o forma parte de una tradición recibida y que tienes la obligación de transmitirla? Estas respuestas no se dan en público, ante los demás, se dan en la intimidad de la oración, en la intimidad del diálogo con el Señor. Y se ponen en práctica, como nos dice Santiago en su carta, en las obras. La mejor manera de decir que creemos en Jesús, que él es importante para nosotros, es cumplir su palabra, tener sus mismos sentimientos, obrar según sus principios, teniendo siempre en la mente la actitud de servicio que el Señor nos enseñó.

Este domingo vigesimo cuarto del tiempo ordinario nos invita a revisar nuestra vida delante del Señor, a verificar cuán importante es para nosotros, y para ver si en verdad él es el centro de nuestra vida. Es una oportunidad que nos da la Iglesia para que, si estamos alejados, regresemos al camino que Cristo nos ha mostrado con su vida, palabra y obras, para que nosotros, los cristianos de hoy, sus discípulos, le digamos al mundo en quién creemos: en el Mesías, en el Salvador, Jesús el Señor.