XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 17-30

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Este domingo es el vigésimo octavo del Tiempo Ordinario, y la liturgia de la Palabra nos propone para la meditación las lecturas del Libro de la Sabiduría, el salmo 89, la carta a los Hebreos y seguimos leyendo el capítulo 10 del Evangelio según San Marcos. Una palabra puede resumir el mensaje de este domingo: sabiduría.

Cuando Salomón llegó a ser rey de su pueblo Israel, el Señor, en su bondad, le dice a este joven rey que le pida lo que quiera para el ejercicio de su gobierno. La mayoría de nosotros pienso que hubiera pedido prosperidad, dinero, recursos económicos, y por supuesto larga vida para disfrutar los privilegios del poder. Y la sorpresa es que pide sabiduría para gobernar, capacidad para discernir. Y Dios, al ver la nobleza de esta petición, le dio esa admirable sabiduría que conocemos y también, por añadidura le dio prosperidad a su reino. Pues eso es lo que nos dice la primera lectura, precisamente tomada del capítulo séptimo del Libro de la Sabiduría. Allí leemos “supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos… No la equiparé a la piedra más preciosa… La preferí a la salud yla belleza, me propuse tenerla por luz…”. La sabiduría no es sólo el hecho de saber muchas cosas, ser docto en muchas ciencias u oficios, sino que es un estilo de vida donde la persona, con su experiencia de vida sabe discernir lo que le conviene, el bien del mal. Ese es el concepto de sabiduría en la escritura, y por ello la sabiduría se atribuía a los ancianos, a los mayores, porque por haber vivido largos años, por haber acumulado experiencia, se ganaban el respeto de la sociedad. Y démonos cuenta que si bien estamos hablando de la sabiduría en términos bíblicos, esa relación de sabiduría con ancianidad o con experiencia fue muy extendida en los tiempos antiguos, en las civilizaciones que generaron lo que somos hoy, tanto en occidente como en oriente, y también en nuestras culturas ancestrales indígenas. Razón tenía el joven Salomón al pedir sabiduría para gobernar, porque sus pocos años de vida no le habían dado toda la experiencia necesaria para guiar al pueblo de Dios.

La carta a los Hebreos nos habla de la Palabra de Dios que penetra en nuestro ser como espada de doble filo, que llega hasta donde se divide el cuerpo y el espíritu. Y el autor de esta carta lo relata así, porque es esa Palabra de Dios la que desvela lo que somos, la que pone delante de nuestros ojos nuestra propia vida, para confrontarla con los valores y principios de Dios. Si antes habíamos hablado de lo que significa la sabiduría, aquí con este trozo de la carta a los Hebreos se nos aclara que esa sabiduría nos viene de la Palabra misma de Dios, que es quien nos enseña el camino y nos da las instrucciones para seguirlo. Y está en nosotros aceptarla, asimilarla y vivirla, como lo ha hecho tanta gente, del antiguo y del nuevo testamento, y, por supuesto, los santos que veneramos por sus virtudes, virtudes que en parte están en el carácter y en las decisiones de vida, y en parte en la seriedad con la que acogieron la Palabra de Dios y le dieron vida. Si hoy se nos hace difícil vivir la sabiduría, porque el mundo nos presenta como importante lo inmediato y lo material, el consumismo, el Señor nos llama la atención sobre lo que verdaderamente perdura, sobre la experiencia de vivir sabiamente bajo la guía de su Palabra.

El Evangelio es el pasaje conocido como del joven rico. Marcos nos cuenta que un joven se acercó para preguntar al Señor qué debe hacer para ganar la vida eterna. Cumplir los mandamientos le responde Jesús, y el joven, con orgullo, le dice que lo hace desde pequeño. Pero el Señor le pide un poco más, no basta sólo cumplir los mandamientos, sino entregarse totalmente al seguimiento de Dios, y para ello debe liberarse de la riqueza que se puede convertir en ídolo. Ya a este punto el joven no siguió, su riqueza tuvo más fuerza en su corazón que la práctica de las virtudes. Este joven, es como la antítesis de Salomón, que pidió sabiduría para regir su vida y su pueblo, y se le dio dinero, mientras que él tenía dinero y, en vez de aceptar la sabiduría, prefirió seguir su camino de riquezas. El joven no era malo, no es esto lo que condena Jesús, el joven era correcto al cumplir los mandamientos, pero Jesús le exige una entrega total, que sólo se logra si la persona es desprendida y se asocia totalmente al Señor.

Pidamos a Jesús que nos dé cada día la sabiduría de su palabra y de su ejemplo, y sobre todo que nos dé la fuerza para rechazar las tentaciones del poder y del tener, que hoy tanto afectan la vida de las personas, incluyendo los creyentes. Que sepamos relativizar los bienes y la economía a lo que es la esencia de la vida del cristiano: seguir a Cristo y cumplir su voluntad.