XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos. 10, 35-45

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Llegamos al domingo vigésimo noveno del tiempo ordinario, meditando este año las lecturas correspondientes al ciclo B, que son el capítulo 53 del profeta Isaías, la carta a los Hebreos en su capítulo cuarto, y leeremos los versículos 25 al 45 del capítulo décimo del Evangelio según San Marcos. El salmo de este domingo es el 32 y la respuesta que daremos nos da la clave de interpretación de la palabra de hoy: “que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”.

Al leer el fragmento del capítulo 53 del Libro del Profeta Isaías nos trasladamos a la semana santa, donde se nos habla de siervo sufriente. Y de hecho esta lectura se usa en ese tiempo. Nos habla de que el Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, entregó su vida como expiación, el Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos. Es la descripción que hizo el profeta del significado que tendría, tiempo después, el sacrificio de Cristo en la cruz, un sacrificio que ha sido eficaz para dar la salvación a todos. Un Sumo Sacerdote, como lo describe la carta a los Hebreos, segunda lectura de este domingo, que al ofrecerse a sí mismo ha atravesado el cielo para conseguirnos el perdón, que los muchos sacrificios hechos por los otros sumos sacerdotes no habían conseguido del todo. Y es que este nuevo Sumo Sacerdote ha tomado sobre sí nuestras cargas, nuestras debilidades, para pedir al Padre que las perdone, porque él al ser como uno de nosotros nos ha entendido, ha experimentado lo que todos los humanos sentimos, menos el pecado. Mientras que los sacerdotes del antiguo testamento debían primero hacer un sacrificio para obtener el propio perdón, y después hacer el sacrificio para obtener el perdón del pueblo, este nuestro nuevo Sumo Sacerdote se ha sacrificado a sí mismo, de una vez por todas, con una eficacia tal, que ha conseguido el perdón de toda la humanidad. Es la grandeza de este Siervo que, sufriendo, que muriendo, que derramando su sangre nos dio el ejemplo a seguir para alcanzar la vida eterna.

Por el sufrimiento y el sacrificio se logra alcanzar la madurez de vida cristiana y se logran purificar las intenciones y los sentimientos. Las dos primeras lecturas, de Isaías y de la Carta a los Hebreos, enmarcan el Evangelio donde Marcos nos narra el encuentro de Jesús con dos de sus discípulos, los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, que se le acercan para pedirle que no los olvide en su reino, que los coloque uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús claramente les dice que no saben lo que piden, y les pregunta si son capaces de beber el cáliz que él va a beber y el bautismo con el que él se va a bautizar. Ellos responden que sí, tal vez impulsados por la avaricia del poder, a la manera de los poderes terrenos. No olvidemos que los discípulos y muchos seguidores de Jesús pensaron en un Mesías terrenal, que reivindicara al pueblo, que lo liberase de la dominación romana en aquel tiempo. Pensaban en la restitución del reino de Israel, y claro, había que procurarse un puesto en el gobierno. La verdad poco han variado las intenciones de los dirigentes de aquel entonces y los nuestros. Volviendo al relato, estos dos discípulos dicen rápidamente que sí, que aceptan el cáliz y el bautismo. Jesús les confirma esa voluntad que tienen, pero le aclara que él no es quien decide sobre los que le acompañaran en la gloria de su reino. La promesa de Jesús se confirmó en estos, y en todos los apóstoles, quienes después de la purificación con el fuego del Espíritu Santo dieron sus vidas en sacrificio por el Señor. Todos bebieron del cáliz y se bautizaron con el bautismo del Señor.

La petición de estos dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, da pie para que Jesús nos dé una enseñanza sobre cómo deben ser las relaciones entre nosotros como Iglesia, y también como deberían ser las relaciones entre las personas bajo el gobierno que tengan. Jesús dice que quienes son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y los grandes los oprimen. Hoy vemos que todavía en muchas partes se sigue con esa política, no obstante que se ha ganado mucho terreno participativo con la democracia. Jesús nos dice que en la Iglesia, que entre nosotros los creyentes, las relaciones deben ser de hermanos, de servidores los unos de los otros. Y lo dice poniéndose él mismo como ejemplo, que no vino a ser servido, sino a servir. Sus discípulos tuvieron que aprender con el sufrimiento y la entrega de sus vidas lo que significa ser servidor. Nosotros, los creyentes de esta época, también debemos tener la misma actitud de los apóstoles, el mismo sentimiento de apertura a la Palabra de Jesús. Y sobre todo tener la conciencia de que somos servidores de los demás, dentro y fuera de la Iglesia, y que nuestra misión es la de hacer crecer a todos en dignidad y en la fe. Lo tenemos que hacer en nuestro ambiente, en los lugares donde desarrollamos nuestra vida, y ojalá lo pusiéramos en práctica si tenemos la gracia o la vocación de ser líderes políticos, para que los valores del Evangelio iluminen el trabajo de servicio a los demás en el gobierno. ¡Qué diferente sería la sociedad, si esos valores del Señor se practicaran en todos los niveles del gobierno de los pueblos!

Hoy nos ponemos en las manos de Jesús para nos dé la fuerza para beber su cáliz, y que nos dé la gracia de su bautismo para que seamos unos cristianos coherentes y demos ejemplo con nuestros valores y principios a la sociedad de nuestros días.