II Domingo de Adviento, Ciclo A
San Lucas 21, 25-28. 34-36

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Llegamos al segundo domingo de este tiempo de adviento, recordando que estamos en el Ciclo A, por lo que las lecturas que nos presentan para la meditación son el capítulo quinto del profeta Baruc, el Salmo 125, parte del capítulo primero de la Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses, y finalizamos con el capítulo tres del evangelio según san Lucas. La Iglesia nos pide que meditemos con la figura de Juan, el bautista.

El tiempo de adviento es especial en la Iglesia porque es a la vez un tiempo de penitencia y de alegría. Revisamos nuestra vida, nos arrepentimos de nuestros errores, y abrimos nuestro corazón a la gracia que Jesús nos ofrece con su encarnación y su espíritu. En este tiempo se nos pide imitar las virtudes de personajes que son centrales en la historia de Israel: Isaías, el gran profeta que anuncia de manera clara que el Mesías nacerá de una Virgen, que su nombre será Emmanuel, que vendrá a traernos la salvación. Juan el Bautista, el precursor, quien con su vida de austeridad, y la fuerza de su testimonio, anunció la llegada inminente y la presencia del Salvador entre nosotros. Y María, la llena de gracia, la que concibió en su corazón al Dios a quien dio carne en su cuerpo. Son los ejemplos que tenemos que mirar en estos días de preparación para la navidad, y son sus virtudes las que nos pide la Iglesia que imitemos en nuestras vidas.

El profeta Baruc escribe a un pueblo que está sufriendo por el exilio, que por sus pecados, como lo recuerda el profeta en su libro, cayó en la calamidad de perder el templo, el culto, la cercanía con Dios. Pero como profeta, Baruc también anuncia la buena noticia del Dios que reivindica, que no olvida a sus hijos, que guía a Israel, entre fiestas y alegría, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia. Si algo pide un pueblo, de ayer y de hoy, que cae en calamidad, especialmente en el desastre de sus guías, es que retorne la justicia y la misericordia, las dos cosas que primero se eliminan con la ignominia, con el pecado. Y como hizo Dios en los tiempos antiguos, también en nuestros tiempos está dispuesto a hacer cosas grandes, está dispuesto a “estar grande con nosotros”, como dice el Salmo Responsorial de este domingo, y a darnos la alegría. El adviento es ese tiempo de reflexión, de meditación sobre nuestras acciones, para que con valentía abramos de nuevo nuestros corazones a la gracia de Dios que nuevamente regresa para salvarnos.

Abrir el corazón, reflexionar sobre nuestros actos para volver al camino del Señor, se llama en la Iglesia “conversión”. Ese fue el mensaje fundamental que trajo Juan, el hijo de Zacarías, que por su oficio de bautizar en el Jordán a quienes se arrepentían, le colocaron el sobrenombre de Bautista. Desde su concepción Juan tuvo el privilegio de gozar la presencia del Espíritu Santo, y su vida la programó Dios para que pudiera ofrecer un testimonio creíble, testimonio que hasta el mismo Herodes reconocía, ya que le escuchaba con agrado, aunque llevaba una vida desastrosa que el profeta le denunció. Juan se ganó la credibilidad de la gente por su profunda vida de oración, por su vida de austeridad, de entrega al Señor. En el adviento la Iglesia nos pide le imitemos en esas virtudes. Juan es un modelo que nos puede parecer inalcanzable, pero Dios mismo nos da la fuerza de su espíritu para poder vivir esas virtudes que resplandecieron en tan insigne profeta. Y ese es el trabajo que tenemos que hacer en este tiempo de adviento, orar, abrir nuestro corazón a la gracia de Dios, convertirnos. Así prepararemos nuestros ser para recibir a quien fue anunciado por la voz que grita en el desierto.

Llegar limpios e irreprochables al día de Cristo, como lo pide el apóstol Pablo al escribirle a los Filipenses, debe ser nuestra meta en este tiempo de adviento. Pablo dice que ora a Dios por nosotros, que lo hace con alegría, pidiéndole al Señor que el amor siga creciendo en nuestra comunidad, amor que nos permita seguir creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Una comunidad fundada en el amor es lo que pide el apóstol de los gentiles que constituyamos todos, para que así se manifieste al mundo lo que significa ser un cristiano, ser seguidores de Jesús. Si algo es anti-testimonio para la sociedad es la división que puede existir en nuestras comunidades, en nuestros grupos, en nuestras parroquias. Este tiempo de adviento es privilegiado para que regresemos al camino del amor, de la armonía, del entendimiento, para que nos convirtamos. Te invito a aprovechar estos días que nos quedan antes de la Navidad, para que revises tu vida en función del amor de Cristo, y decidas abrir nuevamente tu corazón a Jesús.