Solemnidad: Natividad del Señor
San Juan 1, 1-18

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

¡Feliz Navidad! Esta es la frase que más se pronuncia en este día, porque nos ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor, como dijeron los ángeles a los pastores, y que escuchamos en el relato de la misa de media noche. Es el día más alegre, más feliz, porque Dios que estaba en el Cielo, allá arriba donde nuestro imaginario lo ubica, bajó y se hizo uno de nosotros, para comprendernos en todo, para vivir como vivimos todos, para crecer y madurar como lo hacemos todos, con la diferencia que no cometió pecados, como si los cometemos, y muchos, nosotros, los simples mortales. Dios se hijo hombre y nos elevó a todos a la categoría de hijos, casi dioses, herederos de su reino eterno de amor y paz. ¡Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres que Dios ama!

Desde las vísperas y hasta la misa del día son muchas las lecturas que podemos hacer, que propone la liturgia para santificar este día y para recordar el maravilloso acontecimiento. Nosotros hemos tomado la opción de reflexionar con las lecturas propuestas para la misa del día, que son el capítulo 52 del profeta Isaías, el salmo 97, los primeros versículos de la Carta a los Hebreos, y el inicio del evangelio según san Juan. Todas las lecturas nos muestran los rasgos de este enviado de Dios, de este Hijo de Dios, nos revelan quién es este niño que celebramos en su nacimiento, frágil como toda criatura pequeña, pero grande como Dios y salvador. Isaías, en su profecía, habla de la alegría que hay en Sión porque su Dios es Rey, porque sus pies ya están los montes, son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria. El profeta invita a cantar en coro, invita a Jerusalén a estar alegre porque puede ver el rostro, la cara del Señor. Porque el Señor llega para consolarla, para rescatarla y protegerla con su santo brazo ante todas las naciones. Y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

El Dios eterno, desde los orígenes de la creación ha hablado de distintas maneras a sus hijos, en especial por medio de los profetas. Pero el autor de la Carta a los Hebreos afirma que en esta etapa final Dios nos ha hablado por el Hijo, a quien ha nombrado heredero de todo, que es reflejo de su gloria inmensa, impronta, huella de su ser. Y se pregunta ¿a qué ángel Dios dijo que era su hijo? Pues a ninguno, es la respuesta porque en un pasaje bíblico se dice que introdujo su primogénito en el mundo y dijo adórenlo todos los ángeles de Dios. De modo que este Hijo de Dios es mucho más que los ángeles y es quien de manera clara y directa nos ha revelado quién es Dios, cómo es, y sobre todo nos ha mostrado su amor inmenso por nosotros, sus hijos. Por eso nos alegramos, porque ese Hijo hoy ha nacido de nuevo en nuestros corazones y nos ha traído nueva vida, la vida eterna.

El primer capítulo del evangelio según san Juan habla de la eternidad de la Palabra, que ya existía entes de todo, que estaba junto a Dios, que era Dios. Palabra que algunas veces traducimos como “Verbo”. Juan, utilizando un lenguaje muy filosófico nos dice que por esa Palabra, por ese Verbo, se hizo todo, y sin él no se hizo nada. Era la vida y la luz, luz que brilla en la tiniebla, pero que esa tiniebla no recibió. Es un claro reclamo de Juan al pueblo que no aceptó la presencia del Hijo de Dios. Porque esa Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, la gloria de Dios que nadie había conocido y que nos es dada por este niño que nace hoy. El evangelista inserta en el relato el ejemplo de Juan el Bautista, que no era la luz, sino testigo de la luz, que vino a anunciar la venida del Mesías, que preparó el camino al Señor. Que hizo un llamado a las gentes para que creyeran en ese Hijo de Dios, pero como lo reconoce el evangelista, vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Estaban cerrados, estaban en pecado, cegados, y le cerraron las puertas al recién nacido, al adolescente ante los maestros de la ley, al hombre que predicó y sanó a mucha gente, a quien subió a la cruz y murió por todos, a quien resucitó. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Que esta no sea tu actitud, sino la contraria, que en verdad hayas abierto tu corazón a la gracia de Cristo, y que haya encontrado en tu ser un hogar caluroso y confortable. Que esta navidad sea feliz, no sólo por la fiesta y el compartir en familia, sino porque juntos comparten la gracia de recibir de nuevo al Mesías, al salvador.

De nuevo te digo ¡Feliz Navidad! Y que la felicidad de este día te acompañe todos los días de tu vida, y que el Niño Jesús te traiga la gracia que tanto anhelas.