Solemnidad. Santa María, Madre de Dios (1 de enero)
San Lucas 2, 16-21

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Iniciamos el año 2010, y este primer día del año está dedicado a nuestra Madre del Cielo, la Virgen María, como Madre de Dios. Es significativo que la Iglesia nos pide este día pensar y meditar en nuestra madre, como pidiéndonos que pongamos este nuevo bajo su protección, que le pidamos que sea ella la que durante estos trescientos sesenta y cinco días reine en el corazón de cada uno de nosotros. La liturgia de la Palabra de este día tiene como primera lectura un fragmento del capítulo sexto del Libro de los Números, el salmo 66, el capítulo cuarto de la Carta a los Gálatas, y como evangelio se leen los versículos 16 al 21 del capítulo 2 de san Lucas. Al pasar 8 días del nacimiento del Señor, el evangelio nos muestra la escena de la presentación del niño Jesús en el templo, y su consagración a Dios, como todo primogénito varón.

Si bien la Iglesia nos pide en este día centrar nuestra atención en la veneración de la Virgen María como Madre del Cielo, la liturgia de la palabra se detiene a considerar lo que sucedió ocho días después del nacimiento de Jesús. De hecho, este día 1º de enero finaliza la octava de navidad. En el capítulo 13 del libro del Éxodo, Dios pide a los israelitas consagrar todo primogénito a él, desde los ganados hasta sus hijos. Todos son propiedad de Dios. Y esta institución se reglamentó de modo que a los 8 días de nacido el primer varón de la familia era llevado al templo, y era ofrecido a Dios, consagrado al Señor. Ese día se hacía la ofrenda y se le colocaba el nombre, que normalmente era el nombre del papá. En el caso de Juan el Bautista y de Jesús, es Dios mismo el que coloca los nombres, dando una muestra más de la relación de estos dos elegidos, uno como el precursor, y el otro, como su Hijo predilecto, el Mesías. En el fragmento de la Carta de san Pablo a los Gálatas, el apóstol habla que con Jesús se cumplieron todos los ritos previstos por Dios, que no obstante ser el Hijo del Altísimo, nació de una mujer, nació bajo la ley, y por ello nos hizo a todos sus hijos adoptivos. Esto nos permite a todos llamar a Dios, ¡Abba!, Padre o papaito o papito, es decir, poder tener una relación tierna con Dios, de un padre con un hijo. Por Jesús todos somos herederos del reino, dejamos de ser esclavos del pecado y de la muerte. Y como Jesús fue consagrado según las leyes del pueblo de Israel, todos nosotros hemos sido consagrados también por nuestro bautismo, somos propiedad de Dios, somos hijos con todos los deberes y derechos. De alguna manera, la consagración en el templo que celebramos hoy, ocho días después del nacimiento de Jesús, es también la celebración de nuestra consagración a Dios, que tenemos que renovar todos los días con la oración y la participación en los sacramentos.

El evangelio de Lucas en su capítulo segundo narra los primeros momentos de la vida de Jesús. Su nacimiento, la visita de los pastores, y la llevada del niño al templo para consagrarlo y circuncidarlo a los 8 días de nacido, donde sus padres le pusieron el nombre de Jesús. Y Lucas es muy delicado al decirnos que María, la madre del niño, conservaba todas las cosas en su corazón. Las palabras de quienes vieron al niño, los gestos de quienes lo tuvieron en sus brazos, la bondad de Dios manifestada en quienes inspirados por Dios, el anciano Simeón y la profetisa Ana, hablaron las maravillas que el Señor tenía reservadas para su Hijo, y la espada que atravesaría el corazón de la madre ante la entrega de la vida de su hijo por la salvación del mundo. Todo esto, que nos narra Lucas en las páginas de su evangelio nos retratan a María, nuestra madre, nos muestran su valor como mujer, nos revelan su ser Madre de Dios. Ella es el centro de este día que inicia el año y a quien debemos confiar todo nuestro devenir, toda nuestra fortuna, toda nuestra vida. Hoy es el día para reconocer que María es también nuestra madre, y como tal la proclamamos.

Te invito, hermano, hermana que me escuchas a que consagres este nuevo año a la Virgen María. A que te pongas a su servicio, a que le abras tu corazón para que sea ella misma la que deposite su amor de madre en tu corazón, y puedas amar con toda la profundidad de tu ser a Jesús, nuestro Señor y Salvador, que dio su vida por nuestra salvación, y nos ha dado la mayor herencia que podemos desear: tener la esperanza de vida eterna en el reino de los Cielos.