Peregrinación de la diócesis de Avellaneda Lanús.

Basílica Nuestra Señora de Luján, 8 de setiembre de 2007

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia

 

 

Queridos hermanos, queridos sacerdotes, queridos diáconos, diáconos permanentes, religiosas, religiosos, querido pueblo fiel:

Hoy celebramos la fiesta del nacimiento de la Santísima Virgen y estamos aquí como peregrinos que venimos de la Diócesis de Avellaneda-Lanús y también aquellos que vienen de sus respectivas Iglesias a honrar y a venerar la presencia extraordinaria y singular de la Virgen Nuestra Señora de Luján.

Venimos como peregrinos, y el que es peregrino está en camino, se pone en marcha, sale de un lugar y va a otro. Nosotros venimos aquí a reconocer la grandeza de Dios, la obra máxima y extraordinaria del Espíritu Santo que ha colmado a María y ha hecho de ella la Madre de Dios. María es la discípula perfecta del Señor, ella nos ayuda y nos acerca a Cristo y a vivir junto a Él siguiendo sus ejemplos. Hoy venimos a pedir a la Madre de Dios que nos ayude, que nos enseñe, que nos de aliento.

Cristo es el sol, la Virgen es la luna. La luna es reflejada e iluminada por el sol, por eso jamás la Virgen va a empañar la presencia de su Hijo Jesucristo en nuestra vida y en nuestra Iglesia.

Ella como Madre nos va a ayudar, ¿a qué? A vivir encontrando de nuevo al Señor, a vivir para empezar de nuevo a escuchar la voz de Cristo en su Palabra y en su Eucaristía, y que nosotros tenemos que volver a tener hambre de Dios, tenemos que escuchar más a Cristo, escuchar bien para responder mejor. Porque quien escucha mal se va a equivocar en la respuesta.

La Virgen nos ayuda a no tener miedo; los miedos pueden ser de los demás, los miedos pueden ser provocados por los sistemas y por las injusticias de tantos otros, pero también los miedos pueden ser alimentados por nosotros mismos, por nuestros egoísmos, por nuestros pecados, por nuestra mediocridad. Nosotros también podemos abandonar a Dios, su gracia y su amistad, y de allí nace el miedo a cegarnos y a ser mediocres.

No podemos ser mediocres, tenemos que vivir el amor y la fuerza del Espíritu de Dios. Por eso, hoy le pedimos a la Virgen, a nuestra Madre, que nos ayude, que nos anime, que nos ilumine, que nos dé fortalezas para vivir como discípulos de Jesucristo y, por lo tanto, como auténticos misioneros.

No hay que tener miedo, no hay que esconder el don, ni enterrarlo. Cada uno de los que estamos aquí y todos, hemos recibido un don. Tenemos el don de la vida, el don de nuestra pertenencia a Cristo por medio del bautismo; pertenecemos a la Iglesia y la Iglesia existe para evangelizar, y también nosotros tenemos que evangelizar y comunicar el don a nuestros hermanos.

Los cristianos seríamos los más infelices de todos los hombres si ocultáramos el don, si nos tapáramos la boca, si nos vendáramos los ojos, si cerráramos el corazón, si nos convirtiéramos en funcionarios mediocres que viven permanentemente en el límite de la mediocridad.

Queridos hermanos, hoy le pedimos a la Virgen que vuelva a darnos la frescura y la belleza de la gracia de Dios, de la amistad en el Señor. La Llena de Gracia, la Inmaculada, la que supo escuchar y, la que supo decirle sí a Dios y entregarnos a su Hijo, Cristo, que a su vez nos dio a María por Madre en la Cruz.

La Virgen perseveró ante el amor de Dios. Que cada uno de nosotros también persevere ante el amor de Dios, QUE CARGE la cruz que cada uno de nosotros tiene que vivir, tiene que pasar y tiene que sufrir.

El mundo está triste, la sociedad está mal. La Iglesia también puede estar cansada porque lo que nos falta es la fuerza de lo alto, del Espíritu. Que nuestras comunidades se vean reflejadas y revitalizadas por la presencia del Señor; es Él quien hace nuevas todas las cosas, es Él quien es capaz de transformar nuestra vida.

EL Papa Juan Pablo II al comienzo del tercer milenio decía muy bien que no se trata de un mero programa, sino de un programa pastoral de siempre. De ayer, de hoy y de siempre ES la presencia del resucitado, de Jesucristo, del hijo de Dios que nos tiene que interesar en nuestra vida, en nuestra historia, en nuestra sociedad y en nuestra patria, Argentina.

No podría extenderme, pero hay muchas voces que se escuchan que no son de los derechos humanos, ni que son tampoco de los cristianos. Cuántas veces se nos dice cuando decimos “no al aborto”, que es un derecho religioso. Yo como Obispo digo no es un derecho religioso, sino que es un derecho humano fundamental, el de defender la vida desde el inicio de la concepción. Por lo tanto, que no nos mezclen las ideas y que no nos confundan. No hay ninguna duda, la vida hay que defenderla siempre, desde el inicio hasta el final.

Como creyentes, como cristianos, tenemos que trabajar pidiéndole a la Virgen vivir en la contemplación, en esta fuerza de Dios que hoy nos ayuda y que Él nos quiere comunicar. Somos peregrinos, venimos a descansar, venimos a tomar fuerzas, venimos a expresar nuestra fe, venimos a pedirle a la Virgen que nos enseñe a hacer de nuestras iglesias diocesanas y particulares escuelas abiertas y casas de comunión, que no sean, comunidades cerradas al espíritu misionero.

Hoy le pedimos a Dios, por medio de la Virgen, ser hombres y mujeres, llenos de esperanza. Porque creemos en Dios, tenemos esperanza; y porque creemos en Dios y tenemos esperanza, damos la vida hasta el final.

Que la Virgen nos ayude a levantar nuestros brazos y nuestras manos para rezar.
Que la Virgen nos ayude a poner la confianza en el Señor.
Que la Virgen nos ayude a decir como decía Pedro “si tu lo dices, en tu nombre echaré las redes”
¡Señor, si Tú lo dices, en tu nombre voy a vivir como cristiano!
¡Si Tú lo dices, en tu nombre me voy a comprometer para ser una buena persona porque contamos con tu gracia, con tu ayuda!