XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Lucas 18,1-8 

La parábola del juez y la viuda 

En este pasaje del Evangelio, el Señor nos habla de la necesidad de la fe y la oración a partir del simbolismo de un juez que escucha a una mujer pero para no ser fastidiado por ella. Ahora bien, Dios es mucho más que alguien que va a escuchar para no ser fastidiado.

Dios es Dios y es para todos.

Nos quiere dar su amor.

Nos comparte su amistad.

Nos humaniza.

Nos hace ser hijos.

Nos hace conocer profundamente el sentido de lo fraterno. 

Pero esta vida que uno tiene, no es una vida sin obstáculos, como antes decíamos “carrera sin obstáculos”, no. La vida tiene obstáculos que son de distinta naturaleza. Porque mientras hay vida, hay obstáculos que hay que pasarlos, vivirlos, hacerles frente; hay que recuperar el sentido. 

En el documento de Aparecida, los obispos dicen que los cristianos tenemos que volver a recuperar el sentido y darle sentido a todas las cosas porque este mundo ha perdido el sentido. ¡Hermosa tarea esta de volver a dar sentido, volver a vivir los valores humanos, los valores cristianos! Nuestra sociedad está muy consumida, muy gastada, muy deteriorada, muy fragmentada. Por eso nuestra tarea, como cristianos, es volver a recuperar el sentido de todo. 

En el Evangelio, el tema principal es la oración. Porque la oración es la respiración del alma. Uno tiene que rezar, no porque se tenga ganas, sino porque es una necesidad vital del espíritu. Dice muy bien San Agustín que el rezo con fe es el motor de la voluntad, es la clave del esfuerzo. El rezo mueve al alma. La moviliza, la entusiasma, le da sentido. 

Tenemos que darnos cuenta que la oración es necesaria para vivir humanamente, para vivir cristianamente, para perseverar superando las dificultades, para perseverar en el bien. En todas estas cosas la oración es fundamental; y se reza con insistencia, se pide, se reclama, se agradece, se intercede, se acepta independientemente de los resultados. 

En una ocasión un sacerdote me hizo este relato: una mujer que había perdido a su hijo, estaba desconsolada y mucha gente quería consolarla. Agobiada, ella se retiró a un costado, fue a una capilla donde rezó y lloró. Luego volvió y su rostro era distinto. La realidad externa  no había cambiado, su hijo seguía muerto. Pero ella había entendido el sentido, el ofrecimiento y la resurrección. 

¿Ven? Las cosas externas no cambian, lo que cambia es el modo como uno las entiende. Yo les aseguro que la oración es necesaria para nuestra vida. Y pido que cada uno tome esta consigna: “tengo que rezar, porque si no rezo no puedo ser un buen cristiano.” 

Se acabó la mentira de decir “sólo el decreto, sólo el deber o sólo el compromiso”. Hay que hacer todo eso, pero todo eso será posible en la medida que esté presente la oración: hay que rezar más. 

Días atrás, el Santo Padre pedía a los obispos ser hombres de oración. ¡Qué buen consejo! Tenemos que ser hombres de oración. Si ustedes amigos quieren ser hombres de oración ¡cuánto más el obispo! Ayuden a que el obispo pueda rezar más. 

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén