III Domingo de Adviento, Ciclo A
San Mateo 11, 2-11:

“¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Nos encontramos con Juan el Bautista mandando a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús si era el Mesías que debía venir. Y Jesús que le contesta con la verdad, pero corrobora esa verdad con las obras: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia se anuncia a los pobres.

 

¡Qué cosa extraordinaria, el Señor nos reúne a todos como pueblo de Dios, superando todas las dificultades, superando todas las divisiones, superando todas las discriminaciones que pueda haber entre razas, pueblos y naciones! ¡El Señor viene a reunirnos! Y Juan Bautista indica el camino, preparándolo.

 

¿Ustedes saben que todos nosotros tenemos una vocación?

¿Ustedes saben que todos nosotros, por medio del Bautismo, somos profetas, sacerdotes y reyes?

Como bautizados tenemos la gracia de ser profetas, podemos decir dónde está Dios y dónde no está y podemos anunciar la Buena Noticia.

Tenemos esa vocación y, simultáneamente con ese llamado, tenemos que cumplir con una tarea, con una misión.

 

¡Es algo extraordinario cómo Dios nos llama para que nosotros colaboremos con Él! Acordémonos que siempre, pero siempre, no puede no haber evangelización que no lleve a la liberación. ¡Siempre el Evangelio lleva a la liberación! Porque siempre lo divino entra, se inserta, en lo humano.

 

Y siempre hay un mejoramiento en la calidad de vida humana, en todos los ámbitos, que no los voy a descubrir acá, pero la presencia de Dios a todos nos humaniza.

La presencia de Dios nos da liberación.

La presencia de Dios nos purifica.

La presencia de Dios nos enaltece.

La presencia de Dios dignifica nuestra vida.

Por eso la evangelización provoca, simultáneamente, aunque sea más amplia, a una verdadera liberación de la esclavitud, del error, de la ignorancia, del pecado, de la injusticia, de las miserias.

 

Reconozcamos que somos llamados para vivir en la verdad. Y la verdad se la vive por medio del consentimiento, por medio de las obras. “Obras son amores y no buenas razones”, decía Santa Teresa de Jesús. Y nosotros, por las obras, corroboramos la fuerza de la fe y la fe nos impulsa a expresarla por medio de las obras. Y las obras son la expresión de una fe y un amor profundos en el Señor.

 

Cuando uno va a ver a las hermanitas que están en el Cottolengo, con esa gente que está tan enferma o con tantos problemas físicos, de discapacidades, puede decir ¿y esta hermana qué hace acá por la Iglesia? ¿Y esta hermana religiosa qué hace por el mundo? ¡Hace muchísimo! ¡Está haciendo, está devolviendo dignidad, y está indicando el amor de Dios! Y así, cada uno de nosotros, en los distintos ámbitos, en la familia, en la docencia, en el trabajo, en el barrio, en la región ¡podemos hacer muchísimo!

 

Pero poder hacer muchísimo tiene que haber fe, verdad y amor. Si no hay verdad, el amor se complica. Siempre digo dos cosas: el amor y la fe en la verdad; la verdad da la garantía de la fe y del amor.

 

Le pedimos a San Juan Bautista que nos enseñe a saber cuál es nuestra vocación pero que también nos dé fuerzas y audacia para cumplir con nuestra misión. ¡Todos tenemos una misión! Descubrámosla y pongámosla por obras.

 

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén