“No teman… ha resucitado” (Mt 16,6)

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Estas breves palabras indican una tremenda transformación. El Crucificado, aquel que sufrió más que ninguno, aquel que se ofreció por nosotros y para nosotros, aquel que fue obediente al Padre, ha resucitado, ha vencido al pecado y a la muerte.

El mal y la mentira, la injusticia y la violencia, el orgullo y el egoísmo, el pesimismo y el cinismo, -incluso la misma muerte-, han sido vencidos en la resurrección. Su vida no es derrota, su vida es victoria: “¡Oh, feliz culpa que nos mereció tan noble y tan grande redentor!” (“Pregón Pascual”).

Ahora bien, queridos hermanos, ¿vamos a quedarnos todavía en nuestro sepulcro, vamos a quedarnos en nuestro escondite, en nuestras miserias mezquinas que tanto nos dañan a nosotros mismos y a quienes nos rodean?

La vida cristiana es mucho más que una simple moral, que un conjunto de reglas para obrar bien. La experiencia del “viviente” y del “glorioso” nos lleva a vivir gozosamente la vida en una nueva dimensión. Es una transformación que implica la mente, el corazón, los sentimientos y las actitudes, y que incide también en el servicio y la solidaridad. Su base es la búsqueda de la verdad y la concreción del bien.

Nadie puede desear sinceramente unas Felices Pascuas si no está dispuesto a vivir con entusiasmo una vida nueva. Dios nos lo ha dado todo, se nos ha entregado por completo, para que nosotros nos dejemos transformar por la presencia del Resucitado.

Si te dejas tocar, lo anunciarás, lo gritarás serenamente, lo mostrarás en tus palabras y en tus obras. Ya no vivirás con el temor que produce la cobardía, acomodándote a las circunstancias y a aquello que los demás quieren que digas o hagas. Tu respuesta personal no depende solo de Dios. Tú debes elegir. Puedes llevar una vida de discípulo y, en consecuencia, de misionero, siendo testigo eficaz del amor de Dios y de la vida nueva que tanto necesita la sociedad, la Iglesia, la familia y uno mismo. O puedes permanecer en el charco de la mediocridad, de la superficialidad y del vacío espiritual y humano. Tú eliges.

Surge de nuevo la esperanza, no temas, El ha vencido el pecado y la muerte. Vive y anímate a crecer, a madurar, a amar y a servir. La Iglesia y el mundo te necesitan.

Les deseo unas Felices Pascuas de Resurrección a ustedes, queridos sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, laicos de especial consagración, y a ustedes, queridas familias, que son el tesoro inestimable de la Iglesia.

Con mi bendición de padre y pastor.