Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, Ciclo A

San Juan 6, 51-58: “Yo soy el Pan vivo”- Jesús nos habla de la Eucaristía.

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Juan 6, 51- 58

 

Evangelio: “Yo soy el Pan vivo”- Jesús nos habla de la Eucaristía.

 

En todas las fiestas importantes que celebra la liturgia, EL está presente: en Navidad el nacimiento; en Pascua la crucifixión, muerte y resurrección del Señor; en Pentecostés la fuerza del Espíritu Santo y el nacimiento definitivo de la Iglesia; el domingo anterior hemos meditado sobre la Santísima Trinidad, esa comunión íntima del misterio de Dios; y ahora el misterio más grande en que ha querido quedarse el Señor donde nos ha legado su testamento por herencia: su presencia viva en cuerpo, alma y divinidad en la Eucaristía.

 

Toda la relación que uno pueda tener al reconocerlo a El, en el reconocimiento del Espíritu, en el reconocimiento de su presencia a través de la Palabra de Dios, a través de los sacramentos y de los hermanos, todo ese reconocimiento se hace esencialmente por la FE.

 

Si uno tiene FE, reconoce.

Si uno tiene FE, ve.

Si uno tiene FE, pone la voluntad y el amor.

Si no tiene FE, es inútil y todo lo demás disminuye, se opaca y desaparece.

 

Es importante darnos cuenta que el Señor nos pide que lo amemos con entusiasmo y con amor; que “lo comamos” para poder recibir la fuerza; y que hagamos su voluntad –como la voluntad del Padre- que es la luz que nos dirige y nos guía.

 

El nos dice “si ustedes me aman, cumplen mis mandamientos”; “si ustedes me aman, hagan la voluntad del Padre”; “si ustedes ‘me comen’, hagan la voluntad del Padre”, porque celebrar la Eucaristía, o recibir a Cristo en la Eucaristía, ¡es lo más serio e importante de nuestra vida!, y tiene que comprometernos y llevarnos a la existencia más profunda de nuestra vida. A involucrarnos.

 

No es decir “¡ay, qué lindo, me siento bien porque recibí la Eucaristía como los demás, qué lindo!”,  porque lo lindo puede ser superficial. Yo digo lo profundo, lo hermoso, lo bello. ¡Hemos recibido al Señor de la Vida! ¡A Jesucristo! ¡Al crucificado, muerto y resucitado! ¡Que se quedó presente en la Eucaristía, para que nosotros tengamos la vida de El! Y para que recibiéndolo, comulgándolo, nos uniéramos a El en esa comunión mística de identificarnos con El en sus mismos sentimientos.

 

La Eucaristía es el verdadero alimento.

Verdadero alimento que nos da fuerzas.

Verdadero alimento que nos da amor.

Y el verdadero alimento que nos lleva a organizar nuestra vida para que vivamos santamente. Nos lleva a que podamos luchar para que vivamos como cristianos.

 

¡Es la luz que nos dirige!

Tener esa luz significa que debemos orientar y discernir, qué cosa entra y qué cosa no debe entrar en nuestra vida. ¡Qué cosa nos conviene y qué cosa no nos conviene! ¡Qué cosa nos hace bien y qué cosa nos destruye, nos debilita, nos fractura, nos rompe, n os enferma!

 

La Eucaristía es la medicina y el alimento que robustece el alma. Y es la fuerza de nuestra apostolicidad en la Iglesia. Porque quien comulga y recibe a Cristo, ciertamente, no puede no ser apóstol de Jesucristo, enviado de Jesucristo. Quien “lo come” tiene la vida eterna.

 

Que nos demos cuenta que recibir a Cristo en la Eucaristía, es lo mejor que Dios nos da, es lo mejor que nosotros podemos recibir y es lo mejor a lo que nos podemos comprometer.

 

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén