XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 11, 25-30: La Revelación del Evangelio a los humildes

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Mateo 11, 25-30

 

La Revelación del Evangelio a los humildes

 

En el Evangelio de hoy nos encontramos con tres afirmaciones de Jesús. La primera es la alabanza que Jesús hace al Padre por los pequeños, los simples, los humildes, los pobres. Entender la realidad de la vida y entender la realidad de Dios en clave de fe: el que tiene fe es humilde, el que tiene fe es sencillo, el que tiene fe es pequeño. Porque el reconocimiento de la grandeza de Dios lo lleva a uno al reconocimiento de su propia pequeñez. Pero como reconoce, es capaz de reconocer ambas realidades, la pequeñez propia y la grandeza de Dios. Y Dios no minimiza al hombre sino que lo enaltece y ese reconocimiento es en las dos partes, la parte de Dios y la parte propia, personal, humana, de cada uno de nosotros.

 

En cambio, en el concepto de sabios y prudentes o inteligentes, encontramos aquellos que de alguna manera se apropian de algunas facultades intelectuales, como el conocimiento intelectual, conocimiento científico, que lo llevan a mostrar cierta “superioridad” y un cierto desprecio de los otros. Algo que lo lleva a uno a equivocarse.

 

Y la otra realidad es aquella que dice “porque tengo plata, tengo bienes, tengo poder o porque puedo mandar, enaltezco esta posición y no soy humilde, no soy pequeño.” Así construyo una vida no a favor de, sino en contra de los demás “porque yo puedo, yo decido, yo mando, porque yo tengo poder.” Uno se apropia de ciertas cosas, pero les da una categoría, una valía, de algo absoluto, así es la vida creada humana. Pero hay que recordar que ¡nada es absoluto, sólo Dios!

 

La clave para entender es: la fe, la humildad, la sencillez y lo pequeño. Quien tenga esta capacidad, quien tenga el Espíritu de Dios, de Cristo, vive en la fe. Y porque vive en la fe se relaciona con Dios, con uno mismo y con los demás. Es humilde, es pequeño.

 

En segundo lugar: el que conoce al Padre es Cristo, que es el Hijo; y el que conoce al Hijo es el Padre. Nosotros nos acercamos al rostro de Dios en el rostro visible del Hijo, de Cristo. Y mirando a Cristo nos encontramos con el Padre; y así Cristo nos revela el pensamiento y el rostro del Padre.

 

Es importante saber que este conocimiento no es circunstancial, ni es ocasional. ¡Es un conocimiento profundo! ¡Lo más profundo, lo más íntimo, y que tenemos que esforzarnos para conocer! Pero ¿para conocer qué? ¿Para conocer un dato más? ¿Conocer más internet? ¿Conocer más de computación? Todo eso puede estar bien, y no está mal, pero tenemos que saber que en nuestra vida humana y cristiana, tenemos que poner un gran empeño para el conocimiento de la fe y de a Dios, que es lo más profundo.

 

Finalmente; esta capacidad clave de la fe, este conocimiento de Cristo, también nos lleva a aceptar esta realidad. Pero no de un modo resignado, o fatalista, o trágico. Sino que todos en la vida tenemos luces y sombras, alegrías y sufrimientos, salud y enfermedades porque todos tenemos una cruz que llevar.

 

Esta cruz o nos oprime, o nos aplasta y nos quebranta o nos fortalece y nos hace tomar conciencia de nuestra pequeñez, de nuestra pobreza, de nuestra necesidad de recurrir a la oración y también del reconocimiento de la grandeza de Dios.

 

Cristo no te quita el sufrimiento sino que da sentido al sufrimiento.

Cristo no te quita la cruz, sino que le da sentido a la Cruz

Por eso es tan claro cuando nos dice “¡vengan a mí los que están afligidos y agobiados!

 

Sin embargo, hay personas que no ponen nada de empeño para alimentar, para vivir y quedarse sostenidos en la fe. Por eso tienen una cierta ignorancia, porque no conocen, por la fe, a Cristo ni a Dios.

 

Queridos hermanos, que este Evangelio nos ayude a vivir en clave de fe. Que este Evangelio nos ayude a darnos cuenta que tenemos que poner un compromiso y un empeño mayor en el conocimiento por la fe, que es lo más profundo.

 

Les dejo mi bendición: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.