XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 13, 44-52 ó 44-46: “Nadie podrá ser enviado si no pasa antes por el encuentro con el Señor”

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Mateo 13, 44-52 ó 44-46 

“Nadie podrá ser enviado si no pasa antes por el encuentro con el Señor”

 Estamos ante un Evangelio muy simbólico pero que nos habla de varias realidades: el Reino de los Cielos, la Iglesia y también la realidad de lo nuevo y lo viejo. 

Hay una especie de gradualidad, donde uno va buscando hasta que encuentra; uno va caminando hasta que llega; uno va peregrinando hasta que se encuentra con El cara a cara, definitivamente. Pero cuando uno encuentra lo que estaba buscando, ese encuentro del tesoro escondido, la perla preciosa, esos peces que son buenos y alimentan, se produce un cambio en la vida, una transformación, una conversión. 

Cuando uno es encontrado por Dios, uno no queda igual.

Cuando Dios te toca, tú no quedas igual.

Cuando Dios se hace presente, uno es transformado. 

Convertido y apóstol: tocado por Dios uno es convertido e inmediatamente es enviado, ya que compromete toda su existencia, “hace nueva todas las cosas” 

Dios nos permite vivir a todos nosotros esta realidad: el discípulo necesita “toparse” con el Señor, con Jesucristo y después dar testimonio contundente, convencido, no aguado, no “livianito”. También es cierto que si uno no sabe dar testimonio -porque no lo quiere hacer o no lo sabe dar- es porque en el fondo no se ha encontrado todavía con Jesucristo, no ha experimentado el gozo de la fe, de ser de Jesucristo. Y si uno es de Jesucristo ¿quién lo podrá separar del amor de Jesucristo? 

Este regalo que Dios hace, ¡es un privilegio que Dios nos hace a todos!, no a algunos. Porque siempre algún vivo puede decir “¡ah no, a mí no; se lo dio a otros!” ¡Falso! ¡Se lo da a todos! Porque si Dios no se lo diera a todos, sería injusto. Lo da a todos de modo distinto y diferente, pero cada uno de nosotros tiene que llegar a la verdad, a la plenitud de su vida y a la plenitud de su vocación.  

¡Por supuesto que el laico tiene que ser santo!

¡Y por supuesto que el sacerdote tiene que ser santo!

¡Y por supuesto que el obispo tiene que ser santo!

Pero cada uno en la función, en la vocación y en la misión que Dios le encarga en la Iglesia. 

Discípulos y misioneros, sí; pero nadie podrá ser enviado si no pasa antes por el encuentro con el Señor. Por la experiencia, como sucede con Pablo quien fuera tumbado del caballo cuando el Señor le dice “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” 

Estamos en este Año Paulino, celebrando los dos mil años del nacimiento del Apóstol de los gentiles, ¡quien sí fue un convertido y un apóstol! Miremos la figura de Pablo para que nos ayude a cumplir con nuestra misión. 

Les dejo mi bendición, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.