XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 15, 21-28: ¡Mujer qué grande es tu fe!

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Mateo 15, 21-28

Evangelio de hoy: ¡Mujer qué grande es tu fe! 

Este estupendo Evangelio nos muestra algo fundamental: la universalidad de la fe. Aquí es importante cómo el Señor va trabajando en el diálogo con la mujer cananea. A veces uno dice: “parece que Jesús vino sólo para su pueblo, para los judíos, para los de su raza.” No, Jesús vino para todos. Nos acordamos perfectamente del centurión en Cafarnaúm, del leproso samaritano, la cananea, y cómo Jesús presta atención a todos no solamente a los hijos privilegiados de Israel.

 

La primera afirmación: el universalismo de la Iglesia, o de la fe, es sin límites y todos somos llamados. No hay de primera, ni de segunda, ni de tercera, ni de cuarta categoría. Sólo la fe la ciudadanía de esta pertenencia al Pueblo de Dios.

 

El Pueblo de Dios no se apoya estrictamente en la uniformidad.

El Pueblo de Dios se apoya en la unidad, bajo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y somos todos congregados como Pueblo Santo de Dios, en el misterio de la Iglesia donde Cristo se revela y se manifiesta. Tenemos acceso a la fe, entramos a Él y a sus promesas que nos dan participación y pertenencia. Estamos en la Iglesia por la fe y participamos de ella, del misterio, llamados a Cristo y a la salvación.

 

Todos debemos sentirnos que  estamos en Nuestra Casa.

En Nuestra Casa que es escuela de Comunión.

En Nuestra Casa que es una gran familia, con los venidos de cerca y los venidos de lejos, los del norte y los del sur, donde no hay diferencias ni de raza, ni de color de piel, ni de cultura, ni de condición social, ni nada por el estilo. ¡No hay barreras!, por favor entendamos esto ¡no hay barreras! ¡No pongamos barreras!

 

El egoísmo, la competencia, los celos, la envidia, muchas veces pueden poner límites y barreras, pero el amor de Cristo, el amor de Dios, es para todos y Dios no tiene barreras, es para todos. Estamos todos llamados, y somos admitidos, a la Iglesia Pueblo de Dios para participar de este misterio, para que lo conozcamos y nos podamos salvar no sólo como hijos sino como hermanos y como Pueblo de Dios.

 

En el Evangelio, la mujer cananea respondió al Señor desde la fe. Superó el “cachetazo” que el Señor le dio cuando dijo “No está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros”, a lo que ella responde con mucha fe: “Señor, los cachorros comen las migas que caen de las mesas de sus dueños.” Ella no se violentó, no se enojó, no se encrespó, al contrario, siguió en la actitud de una verdadera discípula: la humildad de seguir pidiendo.

 

A veces, cuando uno pide cree que tiene derechos y porque tiene derechos pide y exige. Nosotros tenemos que pedir sin exigir, porque la única exigencia es la fe.

 

Pedir el don de Dios para creer.

Pedir el don de Dios para pertenecer a la Iglesia.

Pedir el don de Dios para comportarnos como hermanos.

Pedir el don de Dios para ser testigos y discípulos de Jesucristo.

 

La mujer cananea muestra que tiene fe, y porque tiene fe el Señor le dice “que su cumpla tu deseo” y en ese momento su hija, que estaba enferma, quedó curada.

 

Queridos hermanos, la Iglesia y la fe es universal y es para todos. La unidad no es igual a la uniformidad. Y todos nosotros, porque somos distintos, podemos ser distintos porque somos iguales y porque somos iguales podemos ser distintos. Pero hay una sola condición que nos iguala a todos: la pertenencia, y el acceso es la fe. Creer en el Señor y creer en la Iglesia. Creer en la Iglesia y creer en el Señor.

 

Que nos demos cuenta que Dios nos llama a un amor sin límites, sin barreas.

 

Les dejo mi bendición, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.