XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 22, 1-4 ó 1-10: Parábola del banquete nupcial

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Mateo 22, 1-4 ó 1-10 

Evangelio de hoy: parábola del banquete nupcial

Es un texto muy hermoso donde encontramos una invitación que Dios nos hace. Porque nadie nos llamó, ni nos preguntó si queríamos vivir o no, o si  queríamos nacer en una familia u otra. Hasta ahora nadie nos preguntó, pero nosotros tenemos la invitación: el don de Dios. 

Si estamos en esta familia, si éstos son nuestros padres, si este es nuestro nombre y apellido y si estas son nuestras raíces, ¡estamos ante un misterio extraordinario de parte de Dios que nos ha regalado todo esto! Y después nos invita a la Iglesia con ese mismo misterio.  

La historia de cada uno de ustedes, la de este obispo y la de tantos otros, lleva a preguntarnos ¿quién rezó por nosotros?, ¿quién intervino? Probablemente nuestros padres, el cura, la catequista, los monjes, las religiosas, los pobres, los enfermos ¡o tanta gente que rezó por nosotros!, que es un misterio que no terminamos de imaginar. 

Fuimos y somos invitados. Nos toca a nosotros responder, amablemente o no. Y ante esta invitación, uno pone excusas: “no puedo”, “estoy ocupado”, “tengo que hacer esto, o lo otro”, como aquellos de la parábola que no tuvieron en cuenta la invitación y cada uno, razonablemente, se fue para cualquier lado: unos al campo, otros a su negocio y otros maltrataron a los que venían a invitar. ¡Y esto es muy delicado!, ¿por qué?, porque es un desprecio. Y cuando uno desprecia, es responsable. ¡No podemos despreciar a Dios!  

Ustedes dirán “¿pero como vamos a despreciar a Dios?”

Despreciamos a Dios cuando no hacemos lo que tenemos que hacer. Despreciamos a Dios cuando no vivimos lo que tenemos que vivir.

Despreciamos a Dios cuando no cuidamos a nuestros hermanos.

¡Lisa y llanamente es así! Punto. 

¿Vos amás a Dios?, respetá a los hermanos. El Señor se indigna porque hay una descortesía de parte nuestra y uno no acude a la invitación, ni a la boda, ni a la fiesta.

¡Y llama a otros! Porque el llamado de Dios es universal. Primero está la invitación, después está el llamado -porque Dios llama a todos- y todos tienen que venir y participar ¡porque son llamados, pero no de cualquier manera! 

¡Hay que saber “presentarse”!

¡Hay que saber “presentar” la vida!

¡Cada uno va a rendir cuentas a Dios de su propia vida, qué hizo, qué no hizo, qué hizo bien, qué hizo mal, qué omitió, qué dejó de hacer! ¡Cada uno dará cuentas a Dios! 

Dice la parábola que de todos los comensales invitados que vinieron, algunos no estaban con el vestido de fiesta, que no se trata de la “ropa” sino los valores y las actitudes, se “coló” y fue sacado. Y allí la frase “muchos son llamados pero pocos los elegidos” se refiere a que todos somos llamados pero pocos van a responder bien. Y el que respondió bien es el elegido, mientras que el que respondió mal fue elegido y no respondió bien. 

Esperemos encontrarnos entre los que se dan cuenta del llamado, de la invitación, y que a la vez nosotros seamos puente y sepamos invitar a otros. Por eso decimos “Iglesia, discípula y misionera, para que nuestros pueblos en El tengan vida y vida en abundancia” 

Queridos hermanos les dejo mi bendición, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.