II Asamblea del Pueblo de Dios – Avellaneda Lanús. Celebración de oración y envío al inicio de la misma. Catedral diocesana “Nuestra Señora de la Asunción ”Avellaneda - 10 de octubre de 2008

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

En esta noche de oración y envío, de encuentro, de inicio de esta 2º Asamblea del Pueblo de Dios, como Iglesia nos reunimos aquí en la Iglesia Catedral , que es el corazón de la diócesis.

En primer lugar quiero decirles que la hermana diócesis de Quilmes también está, en estos días, en Asamblea del Pueblo de Dios. Cuando me llamó Mons. Stockler, dijimos que íbamos a rezar de Iglesia a Iglesia, por ambas iglesias. Me comprometí a decirles a ustedes que rezáramos por la diócesis de Quilmes y él, mañana, va a decirle a la diócesis de Quilmes que rece por nuestra diócesis de Avellaneda Lanús.

Los bienes espirituales, cuando hay fe, deben ser compartidos y lo primero que se comparte es la fe, la oración, es lo que llega, es lo que nos da la certeza de que Dios nos escucha, la certeza de que Dios quiere contar con nosotros y también la certeza de que todos nosotros, unos antes y otros después, fuimos admitidos a participar del misterio de Dios en el misterio de la Iglesia.

Y todos nosotros, fieles laicos, religiosos y religiosas, sacerdotes, diáconos y obispos, todos nosotros fuimos llamados por Dios y admitidos por su gracia y por su benevolencia. Para que ninguno de nosotros se arrogue dignidades propias. Hemos recibido gratuitamente por el Señor en la Iglesia y gratuitamente, en la Iglesia , tenemos que anunciarlo y llevarlo a los demás. Por lo tanto somos admitidos, somos llamados por gracia y esa gracia tenemos que vivir.

Este llamado que Dios nos hace a pertenecer vivamente al Pueblo de Dios, también nos lleva a tomar conciencia de nuestra identidad. Y la identidad está simbolizada en el Evangelio en la sal de la tierra y en la luz del mundo. Un cristiano debe sazonar la cultura, la familia, la Iglesia y la sociedad. Un cristiano, todo lo que realiza y todo lo que hace, debe ser luz. Vivir como iluminado pero iluminar a los demás.

Nuestra vocación cristiana y humana, está en esa profunda convicción de identidad. No podemos perder las raíces de nuestra fe. No podemos perder las raíces de nuestra pertenencia a Jesucristo. Y todos nosotros, si queremos conocer algo, lo conoceremos en la medida que conozcamos y amemos a Jesucristo. No hay otro conocimiento. No hay otra persona en la tierra y en el cielo superior que Jesucristo. Y nosotros queremos conocer y amar a Jesucristo.

Cada uno de nosotros tiene ciertas responsabilidades: en la conducción, en el trabajo, en la vida eclesial y en la vida social y familiar. Cada uno de nosotros tiene una función, una vocación, aptitudes, dones, carismas, regalos que Dios nos hace gratuitamente a cada uno de nosotros.

Pero también hoy, en esta noche, tenemos que tener esa profunda humildad. Si queremos irradiar a Jesucristo, si queremos comunicarlo, si queremos vivir en comunión con Dios y entre nosotros, si queremos llevarlo a los demás, si queremos encontrarlo a los demás, también nosotros tenemos que pasar por la experiencia de la conversión personal y de la conversión pastoral.

Conversión personal es porque no hay división entre lo que hacemos y lo que somos; entre lo que hacemos y lo que decimos; entre lo privado y lo público; entre lo que se ve y lo que no se ve. No hay división, hay unidad, hay síntesis. Es cierto que cada uno siembra, planta, riega, pero el que da el crecimiento es Jesucristo.

¡Jesucristo es el que da el crecimiento!

¡Y a Jesucristo seguimos en la Iglesia !

¡Y a Jesucristo, por Jesucristo, nos relacionamos en las parroquias, en las comunidades en las capillas, con la gente, porque seguimos a Jesucristo!

¡Nos urge y nos apremia, porque el mundo está en disolución!

Como decimos los obispos en Navega Mar Adentro, estamos en un cambio de época y ¡tenemos que darnos cuenta que estamos en un cambio de época! Y tenemos que ver los riesgos, los desafíos, las problemáticas, las realidades, las culturas y las cosas que van tallando en nuestra gente.

¡Pero no vamos a hacer nada si nos estamos convencidos y enamorados de Jesucristo!

¡No nos engañemos! ¡No buscamos a otro! ¡No tenemos otro que Jesucristo! ¡Y por eso nosotros, la Iglesia nos pide, la santidad de vida! ¡Nos pide que estemos enamorados de Jesucristo! ¡Que tengamos pasión por la Iglesia ! ¡Que tengamos entusiasmo y convicción del seguimiento hasta afrontar incluso las últimas consecuencias!

Quien quiera seguir al Señor, deberá imitarlo. Quien lo sigue y lo imita también pasará por el crisol y la prueba del sufrimiento de la cruz. Por lo tanto, que no nos tome desprevenidos. Si queremos seguir al Señor, la vida se nos complica.

Como Dios le complicó la vida a la Virgen , pero ¡qué hermosa complicación!

Dios le complica la vida a los jóvenes, cuando los llama al sacerdocio o una vida más intensa de entrega, de fidelidad y de perseverancia.

Dios complica la vida cuando llama a un matrimonio a que sea capaz de superar todas las dificultades, para que vivan en amor como Iglesia doméstica, para que se respeten y hagan crecer a sus hijos en bondad, en valores y en cultura.

Como Iglesia también Dios nos complica la vida cuando descubrimos que hay hermanos nuestros que se han alejado por culpa nuestra. Hay hermanos nuestros que se han apartado porque no han recibido lo que necesitaban recibir. Y también en ellos tenemos una responsabilidad.

¡Por favor, no miremos para otro lado!

No digamos “yo no tengo responsabilidad”

No digamos “a mí no me involucra para nada”, pues te involucra todo. Porque todo y todos pertenecen a Jesucristo.

Por eso, la Iglesia debe ser esencialmente misionera. La Iglesia debe evangelizar. La iglesia debe salir y acoger de un modo creativo y responsable, de un modo permanente y objetivo, que no se mueva ni por ganas, ni por histrionismo, ni por algo mediático, sino que como Iglesia diocesana Avellaneda Lanús, ser concientes de que el amor de Cristo nos urge. Hoy más que nunca tenemos que encontrar respuestas para poder comunicar la respuesta. Porque ¿cómo vamos a darla si no la tenemos nosotros?

La misión de Pablo, en el aniversario de los dos mil años, el Apóstol de los gentiles es apóstol de los gentiles porque tuvo la experiencia del encuentro con Jesucristo. Quien quiere ser misionero, quien quiere ser testigo, tendrá que seguir siendo siempre discípulo. Porque el que no es discípulo, recuerden lo que les digo, será un mal testigo. En algún momento se va a quebrar; en algún momento se va a cansar; en algún momento no va a confiar en Jesucristo.

Agradezco la presencia de todos.

Ya he nombrado generalmente todas las realidades de esta iglesia, pero confiemos en que Dios, por medio de su Espíritu, nos va trabajando para alcanzar la madurez;

Nos va trabajando para darnos cuenta de otras realidades,

Nos va trabajando para afinar el oído,

Nos va trabajando para vivir más santamente,

Nos va trabajando para vivir en consonancia con la voz del Espíritu,

Nos va trabajando para llevarnos a la madurez.

El mundo ha involucionado. Lo notamos en esta celebración, donde todos pidieron perdón a través de las distintas realidades, desde los medios donde tantas cosas que uno percibe y escucha, que uno se pregunta ¿esto es evolución?, ¡esto es involución!; ¿esto es más humanidad?, ¡esto es menos humanidad!; ¿esto es más gozo y más alegría?, ¡esto trae más tristeza, más individualismo, más rencor, más división! ¡Esto no hace bien ni al alma, ni a la vida!

Como cristianos comprometidos, tenemos una hermosa responsabilidad que Dios nos regala hoy. Pidamos al Espíritu que nos ayude a ver, a observar, a aceptar, a cambiar y a corregir. El Espíritu propone, no impone. No impongamos nosotros, no seamos manipuladores. Ofrezcamos desde nosotros, lo que nosotros podemos ofrecer y dejemos que el Señor vaya trabajando en estos días.

Pido a Nuestra Señora de la Asunción que nos ayude a vivir en la madurez; que nos alcanza vivir en la esperanza y que nuestra Iglesia diocesana haya gente del Pueblo de Dios comprometida, entusiasmada, aguerrida, con coraje, con todo lo que significa enfrentar, pero también decidida para seguir siendo sal de la tierra y luz del mundo.

Y que Santa Teresa, ahora que estamos al pie de su celebración litúrgica, nos ayude a ser fieles al Señor; y que nos de esa fidelidad para tener pasión por la Iglesia.

Acordémonos que si faltan hermanos nuestros, como Iglesia no estamos completos. Y si no estamos completos ¡sigamos trabajando más y mejor por la Iglesia !

Que así sea