II Domingo de Adviento, Ciclo B

San Marcos 1, 1-8

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia  

 

Evangelio según San Marcos 1, 1-8 

Evangelio: “”

 

Los personajes bíblicos como la Virgen , San José, y hoy como Juan el Bautista, preparan el encuentro con el Señor, preparan el camino del Señor. Juan dice a la comunidad de los creyentes que estén preparados, que estén dispuestos, porque el Señor viene; “uno más grande que él” al cual él mismo, Juan el Bautista, “no es digno de desatar la correa de sus sandalias.”

 

Juan es la voz y Cristo es la Palabra.

Juan no es la luz, la luz es el Señor.

Juan es un reflejo del Señor.

 

Todos nosotros tenemos que prepararnos, en este Adviento, para el encuentro con el Señor. Hay dos encuentros: uno, el que ya ha venido; y otro, el que ha de venir en el segundo y definitivo momento final, “el Juicio Final”.

 

En nuestra vida no es que hay que tener miedo al juicio final; sino que -de alguna manera- uno tiene que prepararse convenientemente para ser encontrado por Cristo, por el Señor. ¡Que es lo mejor que nos puede pasar y es lo que nos tiene que pasar!

 

Esto es muy importante: tenemos que prepararnos. Y este tiempo de Adviento, que es un tiempo de penitencia, de corrección, de enderezar los caminos tortuosos y las dificultades que hemos tenido a lo largo del año, es un llamado que nos hace a todos, al obispo, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, ¡a ustedes queridos laicos!, a ponernos de nuevo en camino, a recomenzar desde el principio, que es el fundamento, que es el Señor.

Recomenzar bajo estas dos realidades: la Palabra, que es Jesús, que viene, que nos convoca, y la Eucaristía, que es su Cuerpo y su Sangre, nos une. En síntesis, Él nos convoca y nos reúne. La Palabra es lo que El anuncia ya Eucaristía es lo que El nos da. Y nuestra vida cristiana, de piedad, religiosa, tiene que estar siempre apoyada en estas dos fuentes: la Palabra y la Eucaristía.

 

Este es el ámbito y tenemos que despertar ese espíritu penitencial. Allí nuestros horizontes, proyectos, ilusiones, todo, tiene que pasar bajo ese tamiz y bajo el proceso de un discernimiento. Porque cuando caminamos podemos caminar mal, podemos equivocarnos, podemos tropezar, a veces las alforjas son muy pesadas y nos hace mucho daño.

 

En este Adviento pidamos al Señor que también preparemos nuestra casa personal para que El venga, se quede en nosotros y con nosotros. Este encuentro con el Señor es un encuentro comunitario y también es un encuentro personal, donde lo personal da espacio a lo comunitario y siempre lo comunitario debe ser personal.

 

En aquel entonces había curiosos, y los curiosos preguntaban o discutían pero no entraban en el encuentro. Que no seamos curiosos y no peleemos sino que entremos.

 

Si el Señor viene, ¿por qué yo estoy perdiendo el tiempo?

Si el Señor viene, ¿por qué no salgo a esperarlo?

Si el Señor viene, ¿por qué no cambio?

Si el Señor viene, ¿por qué no dejo mis miserias y mis pecados para poder encontrarme con Aquel que es todo?

¡A trabajar, espiritualmente!, y que el Adviento no nos encuentre ni ociosos, ni perezosos sino laboriosos para poder encontrarnos con el Señor.

 

Queridos hermanos les dejo mi bendición, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.