Fiesta. Bautismo del Señor

San Marcos 1, 7-11: “Tú eres mi Hijo muy querido, en Ti tengo puesta toda mi predilección”

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Marcos 1, 7-11 (Ciclo B) 

“Tú eres mi Hijo muy querido, en Ti tengo puesta toda mi predilección” 

¡Qué cosa hermosa es conocer el inicio de la misión del Señor! Y cómo, sabiendo que no tenía que ser purificado, porque el bautismo que predicaba Juan el Bautista era un bautismo de penitencia y de purificación, el Señor no tenía necesidad de ser purificado o de hacer penitencia, sin embargo va asumiendo las realidades de todos los hombres. 

Veamos: así como el Verbo se hizo carne, haciéndose humano, hombre como todos nosotros, en todo menos en el pecado, asume toda nuestra naturaleza humana y nos enseña que para ser grande siempre hay que hacer las cosas pequeñas. Por eso, como tantos otros, el Señor también quiere ser bautizado. 

En ese momento, el más importante, se da la presencia de la Santísima Trinidad. El Padre, que con su manifestación da la confirmación del Hijo. Y el Espíritu Santo que desciende dando un significado preciso que éste es el Hijo de Dios. El Padre confirma y el Espíritu Santo lo da como testimonio. 

Esto es algo estupendo y extraordinario: cuando Jesús sale del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma y se escucha esa voz del Padre “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”

 El Espíritu Santo no sólo descendió sino que permaneció para siempre, por eso en el Bautismo de Jesús nosotros tenemos el mismo bautismo. Tenemos también la presencia de la Iglesia , donde habita el Espíritu Santo y habita Cristo. Es el Espíritu que habita permanentemente. 

Es un error, a veces, cuando las personas miran a la Iglesia quedándose en aspectos parciales o secundarios. Tal sacerdote, tal obispo, tal laico, tal religiosa, tal religioso, como si a la Iglesia la hicieran esos personajes. Y no es así. La Iglesia la hace el Espíritu Santo y en ella está presente el Señor. Esto tiene que quedar bien claro para que no caigamos en ninguna tentación. 

Hay algo que es una similitud y hay algo no semejante. Hay una relación entre el Creador y la creatura. Hay una semejanza. Pero es mayor la no semejanza porque sí es cierto que Dios se identifica con nosotros, pero no se agota ni se reduce.  Nosotros no podemos ni agotar ni reducir a Dios. Esto es importante para ver en concreto esta cercanía y esta distancia. 

Por eso, cuando a veces uno en la Iglesia se desanima por alguna situación difícil o escandalosa, nunca se debe perder de vista al Señor que está presente y al Espíritu Santo en la Iglesia. ¡Esto es así! 

Es cierto que Cristo se deja bautizar por Juan el Bautista, pero no recibe el sacramento, ¿y saben por qué? Porque es él, Cristo, quien lo instituye.

¡El sacramento es Cristo!

¡Es el Señor que hace el bautismo y no que a Él le hacen el bautismo!

Es un estado de gracia para todos y cada uno de nosotros, ya que todos estamos bautizados en Él, debemos vivirlo para hacerlo carne, acto, en nuestra vida personal. 

¿Y qué nos da el bautismo? Nos da la inmortalidad y nos da un valor infinito a las obras. Con el bautismo, el Espíritu Santo nos da las llaves del fortalecimiento de nuestra voluntad. Voluntad no de ganas sino voluntad de amor.

Nos fortalece.

Se nos quita el pecado.

Se nos levanta el peso de la muerte.

Y se nos hace hijos de Dios.

En su bautismo nosotros somos bautizados. 

El Espíritu Santo, a través del bautismo, nos renueva y “hace nuevas todas las cosas”. No tenemos necesidad de buscar cosas nuevas, sino que las cosas que nosotros hacemos tienen que ser renovadas por el Espíritu Santo. Sobre todo que nos da fuerzas para una verdadera renuncia y para una verdadera liberación. 

Cristo es Profeta, Sacerdote y Rey.

Profeta es aquel que tiene el anuncio.

Sacerdote es en el que Cristo, en su único sacrificio, nos redime y nos salva.

Rey porque, libre de toda atadura, es el Mesías esperado como Salvador. Es el Rey que viene a nosotros, ¡bendito el Señor que viene a visitarnos! 

Pidamos al Señor que este bautismo suyo, que marca el inicio público de su misión, esté muy presente en nuestra vida. Fortalezcamos la dignidad del bautismo con todos los atributos que el mismo nos da: la inmortalidad y, sobre todo algo que es muy importante, la fuerza del entusiasmo y la tenacidad en el testimonio. 

Queridos hermanos, les deseo a todos y me lo deseo a mí mismo, que el bautismo de Cristo nos ayude a vivir nuestro propio bautismo en El; en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.