XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 41-51

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

Evangelio según San Juan 6, 41-51 (Ciclo B) 

 

¡Cosas extraordinarias tiene este texto del Evangelio! A veces la ignorancia, o la falta de fe, nos llevan a la murmuración. Murmurar porque uno pretende, bajo el orgullo, que uno conoce, que uno sabe y  que “a uno no le van a enseñar”

 

Sin embargo el Señor nos dice que el camino para acceder a Cristo, para encontrarse con Cristo, es el camino de la humildad. Y Dios es el Padre que nos atrae, que nos lleva a Cristo. Eso es una gracia, eso es el amor, esa es la ternura, esa es la misericordia.

 

Podemos decir que no todos responden al llamado que Dios Padre hace. Pero no por eso podemos decir que nadie, o alguno solamente, están llamados. Hay un llamado universal a todos y Dios nos llama a todos aunque no todos sepamos, podamos o queremos responder.

 

El amor de Dios, su llamado, es universal, es para todos. También tiene, en este misterio de todos, el amor de predilección. Porque Dios nos ama de un modo predilecto a cada uno de nosotros.

 

Queridos hermanos, el Padre nos atrae a Cristo, y Cristo es el que conoce al Padre. Y porque Cristo conoce al Padre, él nos lo revela, nos lo muestra. ¡Cristo nos muestra el rostro del Padre! La garantía del conocimiento al Padre es el mismo Jesucristo. El Padre se nos revela en su Hijo, y el Hijo nos revela al Padre por medio de su Palabra.

El que cree en Él tiene vida eterna. Esa vida eterna, es la vida para siempre. Pero nosotros podemos decir: “si esperamos una vida para siempre, desentendámonos de las cosas de este mundo, de las realidades de este mundo.” ¡De ninguna manera! La fe en Jesucristo  no nos lleva a desentendernos de las cosas de este mundo. Siempre la presencia de Dios también nos lleva, simultáneamente, a comprometernos con las realidades de la tierra y con las realidades, el destino y el sentido de todos nuestros hermanos.

 

Dios no nos cansa, es infatigable. Siempre nos da su Alimento, “el que come este Pan, vive para siempre.” Además este Pan, que es Cristo, se nos da en eterno sacrificio. Siempre el amor de Dios está unido a su sacrificio. Y nosotros, si queremos vivir en el amor de Dios, también pasamos por sacrificios y sufrimientos.

 

El sufrimiento solo, sin amor, no tiene sentido. En cambio el sufrimiento, unido y sostenido por el amor, es una sublimación, una oblación, una ofrenda que uno puede hacer, como hizo Cristo por nosotros al Padre.

 

Por eso los sufrimientos tienen que estar unidos al sentido, tienen que estar unidos al amor; para que nos abramos porque sabemos, perfectamente, que el sufrimiento nos puede cerrar, nos puede “achicar”, cortar relaciones con los demás. ¡Siempre hay que abrir la puerta, abrir la ventana, abrir la comunicación!, y que ¡nunca el sufrimiento nos quebrante o nos doblegue!

 

Recordemos siempre que es muy importante afrontar el dolor con el amor; porque el que afronta el dolor sin amor, es imposible ¡y la pérdida del amor impide la sublimación!

 

Que el Señor, que es Pan de Vida y es carne para la vida del mundo, lo podamos recibir y podamos entregar a los demás.

 

Les dejo mi bendición  en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.