IV Domingo de Adviento, Ciclo C.
San Lucas 1,39-45: “¡Dichosa Tú que has creído!”Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia
Estamos ante un relato tan
simple, tan breve, tan rico, tan profundo ¡y con tantos elementos! La presencia
del Señor, la presencia de Jesús, engendrado por el Padre en el seno virginal de
María. Que fue concebida sin mancha del pecado original en atención a su
maternidad divina. Que el Hijo de Dios se nutre de la sangre de María. Que
acompaña a la Virgen la figura del Patriarca San José. Y que Jesús, verdadero
Dios y verdadero Hombre, quiere estar con nosotros para enseñarnos el camino,
para fortalecernos en nuestro andar, para levantarnos de nuestras caídas, para
sacarnos el peso tremendo del pecado.
Este Niño, en este pesebre que nos prepara, es el altar donde va a consumar la
redención. Cristo, el Niño que nace, este Niño Dios que nos ha sido dado, esta
Palabra que fue pronunciada en silencio y en silencio debe ser escuchada, el
Verbo que se hizo carne, este Niño nos trae la Salvación.
La Iglesia, en Navidad, repite el misterio: la presencia del Niño Dios, el Niño
Jesús, ¡el Redentor que viene a iluminar nuestras oscuridades; que viene a
hacernos ver en nuestras cegueras; que viene a fortalecer nuestros corazones
débiles, enfermos y vacilantes!
Este Niño viene a devolvernos la dignidad en lo humano y a enaltecer nuestra
vida cristiana. Porque la presencia de Cristo en nuestra vida ¡tiene una fuerza
tal que nosotros no podemos estar distraídos! Tenemos que estar atentos y
presentar a Jesús, para que nazca en nuestro pesebre personal, en nuestro
corazón que necesitamos sea fortalecido.
Necesitamos que se nos ilumine la mente para que podamos volver a pensar y
pensar bien. ¡Quien piensa bien, hace el bien!, ¡quien piensa mal, se equivoca
en la respuesta! No podemos vivir desorientados. ¡Cuánta gente vive sin sentido!
Y porque vive sin sentido, vaga sin sentido, destruye sin sentido a los demás,
porque está destruido interiormente.
Pensemos en los excesos de la bebida; pensemos en la droga; pensemos en la
violencia; pensemos en la indiferencia; pensemos en la corrupción. ¡Pensemos en
tantas otras cosas van debilitando el tejido social y el tejido de nuestra
querida Iglesia!
Pidamos al Señor que en esta Nochebuena y en esta Navidad podamos recibirlo como
merece. Y, al festejar y celebrar, al reunirnos con los demás y con los que
están solos –porque nadie puede quedar solo esa noche y ese día- sepamos por qué
nos reunimos. ¿Y saben por qué nos reunimos? ¡Porque nace el Hijo de Dios y
surge de nuevo la esperanza!
¡Feliz Nochebuena!
¡Feliz Navidad!
Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén